[2.3] Capítulo 32

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LA VITA IN UNA PICCOLA CAGNA
(La vida en una perrita)

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El segundo lunes de septiembre, Angelo y Lorenzo Petrelli, sentados frente a la mesa en la cafetería del campus, esperaban a que Raimondo Fiori y Gianluca Kimura volviesen con sus cafés. O al menos el primero esperaba... el otro miraba distraídamente por la ventana, mientras que prendía y apagaba una flama en su encendedor.

Algo desesperado, Angelo le quitó el encendedor a su primo, frunciendo el ceño.

El pelirrojo no tuvo tiempo de replicar nada, pues se unieron a ellos los otros dos; Raimondo bostezaba: faltaban quince minutos a las siete de la mañana.

La universidad que habían elegido, todos ellos, ofrecía las distantes carreras que cada uno había elegido -Medicina, Derecho, Ingeniería tecnológica y Contaduría-, y aunque naturalmente éstas se dividían en distintos edificios, los muchachos pudieron reunirse aquel primer día de clases en la cafetería céntrica.

-Bueno, me voy -se despidió Gianluca-. No sé cuál es mi aula y casi son las siete.

-También me voy -Lorenzo cogió su café y la libreta que le había quitado aquella misma mañana a Raimondo, pues había olvidado llevar las suyas... el primer día de universidad.

-Nos vemos aquí a la una -les recordó Raimondo; habían acordado que, luego de clases, harían lo que siempre habían hecho, desde que habían entrado a la adolescencia: se reunirían para comer.

-Ajá -dijo Lorenzo, comenzando a andar.

Y ambos muchachos pudieron oírlo perfectamente bien: él había aceptado reunirse ahí nuevamente, al terminar las clases -aquel primer semestre, todos ellos tenían el mismo horario-... por eso fue estresante para ambos que, haciéndose la 1:37 p.m., el pelirrojo aún no llegara.

-¿Crees que siga en clases? -preguntó Raimondo, mirando su reloj por tercera vez.

-No -decidió Angelo, poniéndose de pie-. Tampoco llega Gianluca.

-¿Se habrán ido juntos? -frunció el ceño el otro.

-Supongo -Angelo se echó su livianísima mochila negra, al hombro, y comenzó a andar hacia la salida, ansioso por volver junto a su hermana.

Raimondo lo siguió hasta el estacionamiento, pensando en que quería un cigarrillo, pero no estaba Lorenzo -quien siempre llevaba encima algunos-..., ni tampoco estaba el auto de Angelo.

-Cabrón -susurró el Petrelli.

Aquella mañana, Lorenzo había conducido de camino a la universidad y, al parecer, también de regreso, pero se había olvidado de su primo.

Raimondo se rió por la expresión de su amigo, sin encontrar un verdadero problema -pues ambos iban al mismo lugar-; el problema lo descubrió Angelo al llegar a su casa, cuando encontró a esos dos que lo habían dejado plantado, y también a Nicolas, en la terraza junto a su mujer...

-¿Hace mucho que ellos llegaron? -preguntó a su abuela, mirando desde la ventana de la cocina.

-Hace como -Rebecca torció un gesto, sin dejar de enrollar las orillas de las empanadas que, Lorena y Jessica, ya esperaban ansiosamente-... dos horas -decidió-. Primer día de universidad y la dejan -suspiró-. Por cierto, ¿cómo te fue? -la mujer sonrió con emoción y se limpió las manos para servirle jugo de tomate a su nieto.

-Normal -dijo él, dando apenas un pequeño sorbo al jugo, para luego dejarlo sobre la encimera y, sin poder esperar un segundo más, salió al jardín trasero.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora