[3] Capítulo 1

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TERZO LIBRO. TERZA PARTE
Tercer libro. Tercera parte.

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L'INIZIO
(El inicio)

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—¿Quieres darte una ducha? —ofreció Uriele Petrelli, a su sobrino.

Angelo, receloso, mantenía el ceño ligeramente fruncido. Pensaba en que era curioso que su tío hubiese pedido una habitación con dos camas y no dos habitaciones separadas. En carácter, su hermano gemelo y él eran distintos, pero había momentos en que sus razonamientos eran tan idénticos como sus cuerpos, y a Angelo le pareció que su tío estaba intentado mantenerlo vigilado, pero... ¿por qué?

—¿Hay algo más que me quieras decir? —inquirió el muchacho, con recelo.

Uriele suspiró. En ese momento llamaron a la puerta, para su fortuna; él se apresuró y atendió. Se trataba de las personas que había solicitado para que pudieran conseguirle ropas a Angelo, quien aún llevaba los pantalones y la camisa de la escuela disciplinaria.

Entonces Angelo, haciendo verdaderamente un esfuerzo, respondió a las preguntas que las personas le hacían, sobre sus medidas, con la única intención de despacharlos rápido y, luego, volviéndose hacia él, cerrando la puerta, le preguntó:

—¿Algo más? ¿Necesitas algo más antes de decirme lo que sea que debas? —Angelo sospechaba que no iban a gustarle nada sus palabras.

Uriele lo miró por un par de segundos, pensando en que no debería ser él quien le diera una noticia como ésa, pero... ¿quién más iba a hacerlo? ¿Raffaele? ¿Hanna?... Obviamente no. No podía dejarle algo como eso a ella.

—No —aceptó—. Nada más —juró y se volvió al bar, donde sirvió dos vasos de coñac con poco hielo, y le tendió uno de ellos.

Angelo se negó a tomarlo.

—Dime qué está pasando —le exigió—. ¿Es sobre Annie? —si se tratara de alguien más, él ya se lo habría dicho. ¿No lo había recibido, acaso, con la noticia de la muerte de su propio padre?— ¡¿Le pasó algo?! —se alteró él.

—Ella está bien —Uriele alzó ligeramente la voz—. Pero antes de hablar sobre ella, quiero hablarte de su madre.

—¿Mi madre? —Angelo se sintió confundido. ¿Le había pasado algo a Hanna? ¿Por eso ni siquiera ella lo había visitado?

—No, Angelo —le aclaró Uriele—, tu madre no. La suya, la de Anneliese: Audrey.

Y apenas escuchar su nombre, apenas Uriele terminó de hablar, Angelo perdió la expresión por completo. Antes de eso, fruncía ligeramente el ceño, mantenía sus labios un poco apretados y la mandíbula tensa; dio entonces un paso hacia atrás, como si se negara a escuchar, como si intentara escapar.

—¡No! —gruñó él, señalándolo con el índice derecho; su expresión tensa volvió, sus colmillos asomaron—. ¡No me vengas con eso! ¡¿Dónde está Anneliese?!

Uriele se detuvo a estudiarlo; fue algo inconsciente: ¿qué estaba pasando ahí? No era la reacción que esperaba de él. Pero, precisamente, fue su reacción la que le hizo comprender: él ya lo sabía. Estaba negándose a escuchar, a confirmar, lo que él ya sabía.

Sonrió de manera retorcida, pensando en lo irónico del asunto. Él realmente había creído que podría suavizar el golpe, que podría hacerlo entender un poco ofreciéndole los motivos que habían llevado a Raffaele a actuar del modo en que lo hizo..., pero Angelo ya los conocía. Se sintió un poco estúpido —así, justo como se sentía siempre al lado de su padre, cuando no lograba ver todos los ángulos y giros que él, en una situación que parecía una línea recta—. ¿En qué momento se le había ocurrido que él no se interesaría por el origen de su hermana? ¿Que él —quien siempre parecía ir tres pasos (¡diez!) por delante de los demás— no se habría interesado por la herencia genética de la persona que lo era todo, en el mundo, para él?

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora