IM MUND NEIN
(En la boca, no).
Decir que, un pensamiento frecuente, en los hombres -en cualquier ser humano-, no es el sexo... es negar parte de la naturaleza misma y, antes de Audrey, la verdad es que Raffaele Petrelli era un joven bastante común: cuando conocía a una chica que le parecía atractiva, no tenía en mente conocer sus más profundos sentimientos y vivir una historia de amor que culminaría en matrimonio -para ser sinceros, formar una familia era algo que veía lejano... o ni siquiera lo veía-. Ni siquiera buscaba una relación de noviazgo en ése momento de su vida -tenía sólo dieciocho años-, por lo que salía sólo con chicas que buscaban lo mismo que él: divertirse.
Audrey Delbecque, claro, había sido la excepción de todo, para él.
No sólo fue la chica que le hizo anhelar conocerla en cada aspecto de su vida: ella lo hizo desear llevarla por las calles cogida de la mano, sentarse y charlar... u oírla, mejor dicho -todo cuanto salía de sus labios era tan interesante-. Estar a su lado le resultaba tan gratificante que, incluso, llegó a hacer a un lado la intimidad. No era que no la deseara, era que anhelaba más estar a su lado que la simple satisfacción que le daría el llevársela a la cama... Pero eso daba igual, porque, para eso, ella no habría estado lista hasta el matrimonio, y él, por su parte, tampoco habría sido incapaz de pedirle algo que la incomodara. Sin embargo, una vez que estuvieron a solas, como marido y mujer, le había costado mucho trabajo quitarle las manos de encima un solo instante.
Ella lo llenaba tanto que él, muchas veces, no percibía -dejaba de lado-sus propias necesidades -o anhelos- hasta que ella se lo daba, y entonces reconocía que sí, lo había estado deseando.
Raffaele comenzó a darse cuenta de esto -apenas una sutil percepción- en agosto de sus veintiún años.
Había sucedido durante la cena.
Estaba toda su familia sentada a la mesa cuando notó que, aunque Uriele se veía tranquilo, dedicaba una que otra mirada a Audrey, sentada justo frente a él, pero cuando ésta elevaba sus ojos azules, éste miraba a otro lado y, por su parte, la francesa, calladita, ni siquiera era capaz de mirar a su cuñado.
-¿Pasó algo entre Uriele y tú? -preguntó Raffaele a su esposa, quitándose la playera mientras ella ponía el pijama a Sylvain.
Y ella, serena, como siempre, sólo sacudió la cabeza. Esto sólo le confirmó a Raffaele que algo ocurría; frunció el ceño y, cuando estaba por soltar un «¿Segura?», ella sola comenzó a hablar:
-No es como si haya pasado algo, precisamente -aseguró.
Raffaele esperó con paciencia a que su esposa continuara, pero ella no lo hizo.
-¿Entonces? -se vio forzado a suplicar.
-Pues... Nada -siguió ella. Había terminado de poner el pijama a su primogénito y lo metía a la cama.-. Te buscaba y creí que podrías estar en la recámara de Uriele, ya que antes estabas con él.
Raffaele se sintió confundido. ¿Y? ¿Dónde estaba lo malo en haber entrado a la recámara de su hermano?
-¿Te dijo algo? -era lo único que se le ocurría, pero... Uriele no se molestaba porque entraran a su recámara sin permiso y, aunque así fuera, era demasiado educado para haberle dicho algo a la esposa de su hermano.
-No, claro que no -la francesa frunció el ceño y finalmente, mientras arropaba a Sylvain, lo miró; su marido tenía el torso bronceado, atlético y desnudo... y ella le paseó la mirada, antes de desviarla nuevamente hacia Sebastian, quien ya llevaba un rato dormido.
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Ambrosía ©
Aktuelle LiteraturEn el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. 2.- Un aroma delicioso. 3.- El alimento de los dioses griegos; el fruto de miel...