[2] Capítulo 05

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SAG MIAU, SCHLAMPE
(Maúlla, perra)

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La noche del domingo, cuando salieron de casa Angelo y su padre, el muchacho no sentía miedo... al menos no por él. Se sentía profundamente angustiado e incierto por lo que deparaba a su hermana. Quería confiar en su padre, quería hacerlo pero...

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Raffaele y Angelo se habían quedado en un hotel, pues su avión, con destino a Alemania, saldría hasta la mañana del lunes.

Raffaele le había quitado el teléfono celular y había hecho que la mucama se llevara el fijo, en la habitación... Una habitación en la parte más alta del hotel, con ventanas que no se abrían; Angelo se había quedado toda la noche en la recámara y Raffaele en la sala, cerca de la puerta.

Eso era estúpido, pensó Angelo, ¿para qué escaparía? Ni siquiera podría llegar hasta Anneliese: cuando su padre se diera cuenta de que él no estaba —y lo verificaba cada cierto tiempo—, sería a Annie a quien mandaría a... ¿a dónde diablos? Era mejor él, que ella...

Raffaele y Angelo apenas hablaron. Aun así, sin necesidad de preguntarlo, el muchacho sabía a dónde iba; ni por un momento pensó en que Raffaele lo dejaría en casa de su abuela Emma: Hanna había metido a su hermano Mika a una escuela de disciplina, con formación militar, cuando éste era un adolescente y comenzó a drogarse, o al menos eso había escuchado Angelo. Naturalmente, esa escuela de poco le había servido a Mika pues no se puede ayudar a quien no quiere la ayuda. Además, a las pocas semanas, Hanna y Emma se habían apiadado de él y lo habían retirado de aquel ambiente demasiado duro para él.

El vuelo también había sido silencioso; Raffaele se había asegurado de que tuviesen asientos separados por el pasillo, pero en el mismo alineamiento, para poder verlo. Angelo se había tragado la risa al preguntarse a dónde creía su padre que él podría ir en el aire. ¿Acaso saltaría sin paracaídas?

Y llegar a la escuela había sido lo peor. Había muros altísimos y una formidable vigilancia en la única y enorme entrada. Angelo jamás se había interesado demasiado por esas escuelas —jamás creyó pisar una—, pero le pareció una prisión... Sólo que ésta estaba limpia; de ahí en más, no había diferencia alguna.

Pero nada de eso se había comparado con el recibimiento. Apenas entrar, mientras se dirigían a registro, Angelo pudo ver a un grupo de chicos, uniformados de negro, marchando por el extenso campo frontal; se sintió cansado con sólo verlos, y se preguntó si intentarían obligarlo a hacer lo mismo. Ya en dirección, una mujer los había recibido —ella no llevaba uniforme— y Angelo había esperado en la pequeña sala de cuero color negro, de asientos duros, rígidos como tablas, mientras su padre entraba a hablar con el director, y había escuchado, con deleite, cómo es que había un problema con los papeles —su padre no los había llevado—, pero luego Raffaele lo arregló, para desilusión del muchacho, a pesar de que se comunicaban, el director y él, en su mayoría a través de un intérprete —Raffaele no hablaba por completo el alemán—, y fue gracias al tono alto, de éste, que fue capaz de escuchar la despedida entre ellos. Raffaele le había advertido al director: "Debe tener cuidado con él, es muy listo" o eso algo así había transmitido el intérprete. "No se preocupe por nada —le pidió el director—. A veces, los padres creem--" explicaba, cuando Raffaele lo interrumpió: "No, yo no creo que él es listo: lo es. Ha recibido ocho invitaciones a Mensa y era de los alumnos más sobresalientes en la Academia Thomas Woods, en Londres. Si lo pierde de vista, va a escaparse o a ponerles de cabeza este lugar." Y al instante, Angelo entendió lo que su padre hacía: no lo presumía —como hacía otras veces—, intentaba que lo vigilaran día y noche.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora