IL CHIOSTRO
(El claustro).
-No -dijo Annie. Tal vez negando ser esa Sarah... o suplicándole que no se acercara a ella.
La monja intentó ocultar su sonrisa mientras la contemplaba atentamente, como si ella no fuese una persona real: los ojos azules, la curvatura del rostro, los labios rosas, el pijama que aún llevaba puesta.
-Yo no quiero estar aquí -le dijo Annie, agradeciendo el haber estudiado francés desde los ocho años, pues así podría hacerles saber que la habían llevado contra su voluntad-. ¡No se acerque a mí! -le gritó, dando un paso atrás cuando la monja se acercó un poco a ella-. ¡Ábrame la maldita puerta!
-Hermana Adelina -terció una voz femenina, al otro lado de la puerta de madera por la que había entrado la monja.
La hermana Adelina miró sobre su hombro y, observando nuevamente a Annie, le regaló una sonrisa suave y regresó por donde había llegado.
Anneliese esperó un par de segundos y siguió a la monja, rogando porque hubiese una salida del otro lado.
El corredor al cual salió Annie, era un estilo barroco clásico, apenas modificado ligeramente por las reparaciones; la muchacha giró de manera cautelosa por su izquierda -hacia donde suponía que estaba la calle-, pero sólo consiguió otro corredor amplio y largo, pero ninguna puerta, al menos no al exterior, pues había grandes pilares que separaban el corredor de un jardín interno. Giró esta vez a la derecha y siguió, hasta llegar a... se encontró de frente con su padre, él estaba en compañía de dos monjas; una era alta y de mediana edad, y la otra era ésa a la que habían llamado Adelina. Ellos esperaban entrar por otra puerta doble, de madera fina, pulida, y al principio la muchacha -oculta detrás de un muro, intentado no ser vista mientras encontraba una salida- pensó en que las monjas sólo le hacían compañía a su padre, en la espera... hasta que se dio cuenta de que Raffaele hablaba con la bajita.
Por la expresión en el rostro de su padre, sabía que la charla era tensa; ni amena, ni amable, ni cortés, sólo tensa y hablaban en un francés fluido; lo sabía por el movimiento en los labios de su padre.
Cuando niña, mientras leía en voz alta los libros en francés que sus profesores de lengua le dejaban como tareas, Raffaele la corregía apenas un poco, cosas mínimas, como el acento, sobre todo, pero nunca había intentado mantener una conversación con ella en dicho idioma, ni tampoco lo había escuchado hablar en francés, por lo que, hasta el momento, Anneliese desconocía el nivel de su padre en dicho idioma. Siempre había dado por hecho que él no conocía tanto.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la fuerte bofetada que la hermana Adelina le dio a Raffaele, misma que él recibió de lleno, sin siquiera intentar protegerse.
-¡Hermana Adelina! -la riñó la otra monja.
Y la hermana respondió sólo con otra bofetada al hombre, a la que le siguió otra con mayor fuerza, pero no llegó una cuarta, pues Raffaele le cogió la mano a la altura de la muñeca. Lo hizo de manera firme y suave, con total confianza al tocarla.
Ella se soltó de su agarre y las puertas de madera se abrieron, y cuando la hermana Adelina le dio la espalda a Raffaele, intentado recobrar compostura, Annie pudo verla limpiándose las lágrimas.
¿Qué mierda había sido todo eso? ¿Por qué esa monja había golpeado a su padre? Sólo sintió miedo. Si eso le hacían al padre, ¿qué no le harían a la hija, ahí encerrada, sola? Su pulso comenzó a acelerarse, junto a su respiración, y ella se mordió un labio, se cubrió en su totalidad un poro de la nariz y el otro parcialmente; no tenía ahí a Angelo para que controlara su respiración y, si ella comenzaba a hiperventilar, estaba perdida.
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Ambrosía ©
Ficción GeneralEn el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. 2.- Un aroma delicioso. 3.- El alimento de los dioses griegos; el fruto de miel...