Capítulo 26

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BUENOS AIRES
(Buenos Aires)

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Hanna depositó a Anneliese sobre la cama, con cuidado de no despertarla y, con suavidad, le quitó los zapatos color plata que hacían juego con su tutú rosado.

—Ella es muy pequeña —comentó Mika, mientras Hanna cubría a la niña (quien había cumplido nueve años un mes atrás), con un edredón blanco.

Él hablaba, naturalmente, en alemán. El hermano de Hanna no hablaba otro idioma.

—Sí —respondió Hanna en la misma lengua. Se encontraban en Alemania. Era verano; apenas anochecía, pero la niña había jugado durante todo el día y estaba cansada—. Pero dice el médico que es normal. Que tiene una talla pequeña, sencillamente.

—¿Seguro? —se extrañó él—. Es muy... pequeña.

—Ya sé —siguió Hanna, riéndose—. Pero te digo que es normal.

—Deberías llevarla a ver a otro médico —insistió él, incrédulo—. Tal vez le afectó... Ya sabes... la manera en que nació.

Hanna perdió la sonrisa.

—Ya lo hice, Mika —su voz se volvió dura. Tomó asiento junto a su hija, en la cama, y le acarició los cabelló rubísimos, tan distintos a los oscuros de ella.

—Perdón.

—No te preocupes —le pidió la mujer. Apagó la lámpara en la mesilla de noche y besó la frente de la niña.

—¿La quieres? —preguntó Mika, sin despegar su vista de Annie.

Hanna guardó silencio por un momento.

—Es mi hija —se limitó.

Los ojos grises de Mika estudiaron a su hermana mayor, antes de decir:

—No, no lo es —en su voz no había crueldad, ni ningún otro tipo de insinuación. Tal vez fue por so que Hanna no reaccionó—. Y no fue eso lo que pregunté.

—Bueno. Tal vez no la parí yo, pero... ¿ves a alguien más aquí, para ella?

Mika lo pensó por un momento. Su rostro era delgado y anguloso, como el de Matteo.

—Entiendo, pero... no me has contestado: ¿tú la quieres?

Hanna admiró a la niña por un buen rato, antes de murmurar:

—La amo.

—... No entiendo cómo puedes hacerlo —Mika parecía... Era confuso entender el gesto sutil que él había torcido—. A mí me daría miedo.

—¿El qué? —Hanna pareció confundida.

—Ella. Vivir junto a ella. Siento escalofrío cada vez que me toca.

—¿Por qué?

—Tú sabes bien por qué —se limitó el hombre, quien rozaba ya los veintiocho años—. Además... ¿has escuchado lo dicen sobre las personas que nacen como ella? Atraen la muerte.

—No te pases, Mika.

—Sólo te digo lo que he--

—Pues no lo digas —atajó ella—. Es estúpido.

—Lo siento —suplicó él. Suspiró luego, asintió y, sin decir una sola palabra, se dio media vuelta para dejarlas en ésa que fuera la recámara de Hanna, cuando niña. y... entonces lo vio ahí.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora