[3.2] Capítulo 11

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E L'INIZIO, SARÀ LA FINE
(Y el inicio, será el fin)

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Anneliese Petrelli cursaba su séptimo mes de embarazo cuando regresó de Grecia, de su luna de miel.

Se sentía realizada cuando deshacía sus maletas, y no sólo por las maravillosas vacaciones que había podido disfrutar junto a Angelo y Caleb, sino porque había podido conseguir aquellos libros de mitos, traducidos en italiano, que había comprado siendo una adolescente, durante aquella visita de clase, en su instituto, y que nunca había logrado leer.

Sus libros habían desaparecido en algún sitio... luego de que ella fue a dar al convento, luego de que su vida se paró de golpe y luego se volvió un torbellino violento.

Pero ahora los libros habían vuelto... y la paz de la que una vez gozó.

Angelo se acercó a ella, por la espalda, y le besó una sien mientras le acariciaba los cabellos rubios, llamándola.

—Terminas luego de desempacar —le susurró, cuidando de no molestar a Caleb, quien dormía agotado por el vuelo, sobre la cama de sus padres—. Vámonos —la urgió.

Ella había presentado calambres en el vientre durante el vuelo y Angelo había hecho cita con su profesor para que revisara a su mujer, y a su hijo no nato, apenas tocaran Italia.

—Ya me siento bien —aseguró ella. Y no mentía... pero, en el fondo, tenía algo de temor. Temía que el cuento de hadas terminara.

—Se hace tarde, amor —la urgió.

Annie suspiró y pensó en Nicolas y Jessica, quienes se encontraban en la casa principal en ése momento —la familia se había reunido para recibirlos, así, como hacían siempre que algún miembro salía y luego volvía, a casa y, casa, siempre era la residencia de los abuelos—, para que cuidaran de Caleb, pero descartó a sus padrinos rápido: Jessica estaba por dar a luz a su propio hijo y lo último que necesitaba, era llanto para terminar de asustarla.

—¿Le dices a los gemelos si cuidan a Caleb? —tanteó la muchacha.

—Ya lo hice —aseguró Angelo, al tiempo que alguien llamaba a la puerta, tal y como si hubiese sido invocado.

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Annie se sentía desmotivada cuando ingresaron a la consulta del ginecólogo obstetra; y mientras Angelo y su profesor intercambiaban algunas palabras de cortesía, los ojos azules, de la muchacha, divagaron por el lugar, centrándose en la camilla ginecológica —ésa que tenía apoyo para mantener las piernas femeninas muy abiertas, de manera muy cómoda—..., que Angelo y ella, antes de que ella volviera a embarazarse luego de Caleb, habían utilizado más de una vez con... otros fines mucho más satisfactorios.

De hecho, ella creía que había sido ahí, sobre ésa camilla, donde habían concebido a ése bebé que aún no nacía... ¿o, tal vez, había sido contra uno de los muros de aquella misma consulta? Annie se relamió los labios, recordando la última vez que Angelo y ella habían estado ahí: ella había hecho que él se dejara su bata blanca, y ella se había aferrado a sus hombros a todo momento, rodeándolo con ambos brazos por el cuello, mientras él la cargaba...

—¿O tú qué piensas, Annie? —la despertó el médico, al otro lado del escritorio (mismo que, Angelo y Annie, habían utilizado también).

La muchacha abrió sus ojos, sorprendida, y sacudió ligeramente la cabeza, disculpándose por no saber de qué hablaban.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora