[3] Capítulo 10

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INCINTA
(Embarazada)

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A tres meses de su exposición, Raffaele se practicó una nueva serie de estudios.

Estaba sano.

Los estudios no habían revelado contagio alguno. De cualquier manera, aconsejó el médico, debía volver a practicárselos en otros tres meses, y luego en seis. Pero, de momento, físicamente no tenía daño. Emocional..., lo tendría por siempre.

** ** **

—Voy a mudarme —susurró Hanna.

Mika y ella se encontraban recostados en la cama del muchacho. Ella lo abrazaba por la espalda; las luces estaban apagadas y, gracias a que aquella noche había luna nueva, todo estaba completamente oscuro. Mika no contestó.

—¿Quieres venir conmigo? —continuó ella. Él siguió en silencio—. Quiero que vengas conmigo.

—... ¿Para qué? —preguntó finalmente él, bajito, luego de un rato.

—Porque me gusta tenerte conmigo —aunque ella respondió rápido, no elevaba el tono más que él.

—... ¿Para qué? —insistió él.

Hanna no entendió su pregunta, pero sin saber exactamente por qué, lo apretó un poco más y le dijo:

—Para que me cuides.

Y entonces él enlazó su mano, con la de ella, muy suave.

—Bien —aceptó.

Y eso, Hanna sí lo entendió: él no estaba intentado pagarle nada, él no trataba de serle útil..., él quería cuidarla. La amaba tanto como ella a él.

** ** **

Hanna sintió pena por su madre cuando la encontró, mirándolos en silencio, mientras Mika y ella se preparaban para marcharse a la ciudad, y hasta entonces se dio cuenta: iban a dejarla. Ema ya no tenía marido, ya no tenía la casa donde había vivido con él, con sus hijos... y ahora ya tampoco tenía hijos.

—Es lo mejor para él —le susurró Hanna, acercando su frente a la de su madre, como una disculpa—. Es lo mejor para él.

Ella no la odiaba. Había habido momentos en lo que habría deseado poder, al menos, llorar junto a ella, pero... ¿cómo iban a hablarlo sin sentir que se les caía el rostro de vergüenza ante la otra?

Entendía también a Mika. Entendía su dolor, su culpa... entendía que él veía distintas las cosas porque él era hombre.

A modo de respuesta, Emma asintió de prisa, cerrando los ojos.

—Cuídate también tú —le pidió ella.

Y Hanna asintió lentamente, preguntándose qué pasaría en un mes, cuando comenzara a evidenciarse el embarazo...

.

—Es un apartamento diminuto donde vivo —comentó Hanna a su hermanito, cogiéndole cariñosamente la mano, llamando su atención de lo que fuera tan interesante al otro lado de la ventanilla del autobús en movimiento—, pero hay muchísimos departamentos a los que podemos mudarnos.

Mika no respondió; quizás estaba preguntándose con qué dinero lo pagarían.

—En lo personal —continuó ella—, a mí me gustan los edificios altos, porque en un séptimo piso puedes fingir que estás solo en el mundo.

Mika continuó en silencio. Emma no los había acompañado a la estación de autobuses; las dos habían creído que era lo mejor.

Hanna finalmente desistió, suspiró y se recargó en el respaldo de su asiento, entonces Mika la miró de reojo y, con una sonrisa suave, le dijo:

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora