LORENZO
(Lorenzo).
-Supe que hace un rato llevaste a Nicolas a su casa -dijo Jessica a Anneliese, bajito.
En silencio, ella asintió. De repente ya no tenía ganas de hablar con ella. Estaban en casa de Uriele Petrelli, en la terraza del jardín trasero; ya era muy noche.
-Gracias -añadió Jess y...
En silencio, Anneliese se quedó mirándola, con las tenazas de la carne en la mano derecha. No tenía ánimos de responderle nada y, dentro de ella, cuando Jess se dio media vuelta y regresó a la mesa, la rubia supo, de alguna manera, que el secreto no iba a durarle mucho.
Miró a su padre y, con mucha calma, se preguntó qué sucedería primero: si Raffaele se enteraría de lo que sucedía con Angelo o éste del beso con Nicolas, se lo preguntó y..., no se dio cuenta de que lo hizo a manera de afirmación y no de pregunta -lo aceptó como un hecho ineludible, inminente, aplastante- hasta que el aire escapó de sus pulmones.
Ésa noche, cuando regresaron a su casa, se metió a la cama con Angelo -ya se había limpiado los labios, una y otra vez. Literalmente se había lavado la boca con agua hasta el cansancio, antes de volver a... tocarlo-. Lo besó entero, recorriéndolo, con ésa adoración vehemente que sentía por él, suplicando porque no fuera una despedida. Más de una vez, Angelo la detuvo e intentó consolarla, abrazándola con fuerza, besándola suavemente en el rostro y su cabeza rubia; para cuando Annie logró hacerlo olvidarse de ella, cuando logró centrarlo sólo en el momento..., para cuando él terminó, ella lloraba de nuevo.
Angelo había confundido los sollozos -que ella intentaba ahogar- con gemiditos placenteros; él estaba sentado sobre la cama y ella sobre el muchacho, aferrándose a él, envolviéndolo con ambos brazos, enterrando los dedos en la piel blanca, mientras que él manipulaba la cadera femenina con las manos, para el placer de ambos, y cuando su clímax llegó, por primera vez -teniéndolo de frente y al alcance-, Annie no le buscó los labios; a él le gustaba besarla en esos momentos -sus labios, su piel-, pero ella no podía dejarlo mirarla: se aferraba a él con fuerza, manteniendo los dientes apretados. Él sí trató de besarla, pero ella no lo permitió: las lágrimas le escurrían por ambas mejillas; lo abrazó más.
Cuando todo acabó, cuando él -con la respiración agitada y el pulso acelerado, con la piel supurando- aflojó el agarre e intentó alejarse un poco -no había razón ya para que ella se negara a besarlo-..., la cara le cambió. Perdió la expresión y su respiración se detuvo por un segundo -justo como había ocurrido poco antes, una fracción de segundo antes de derramarse-..., estaba llorando. Mientras que él estaba teniendo un orgasmo, ella estaba llorando.
-Hey -la sujetó por ambas mejillas y la obligó a mirarlo; su respiración seguía agitada por el momento..., y se descubrió aterrado.
Ella cerró los ojos, negándose a hacerlo, y al intentar desunir sus cuerpos -quería huir, no quería enfrentarlo-, la idea, la sensación de alejarse de él, la detuvo justo donde estaba y volvió a abrazarlo con fuerza.
-Mi amor -le suplicó, con sus manos sobre los costados femeninos; ella era tan delgada y tenía una cintura tan pequeña.
-¡Perdó-name -le imploró ella, ya sin ocultar el llanto.
Angelo soltó un gemido de angustia, de desesperación, que ni ella escuchó ni él notó.
* * *
El cuarto lunes, del mes de marzo, el grupo de Anneliese tuvo una profesora de matemáticas nueva, quien les pidió formaran equipos en binas, para trabajar.
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Ambrosía ©
Ficción GeneralEn el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. 2.- Un aroma delicioso. 3.- El alimento de los dioses griegos; el fruto de miel...