31 OTTOBRE
31 de octubre.
Annie Petrelli no había sido invitada.
Ésa niña, su compañera de tercer grado, Antonella, cumplía años los últimos días de octubre y la temática de su fiesta sería el de Halloween. Lo sabían porque, cada invitación infantil, tenía impreso, con grandes letras rojas, «Obligatorio el disfraz», y también decía que era una invitación personal —que podía acompañarlos un solo adulto—, y los gemelos, Angelo, Raimondo, Rita y hasta Jessica —quien ni siquiera era su compañera, pues ella cursaba segundo grado—, habían recibido una, pero no Annie.
Y por si quedaban dudas, la misma Nella se había encargado de aclarárselo en los sanitarios: "No quiero que vayas a mi fiesta" le había dicho, junto a sus otras tres intimidantes amigas.
Annie era una niña pequeña, callada y tímida que lloraba con facilidad, por lo que los profesores siempre se daban cuenta —y las castigaban— cuando ellas le hacían saber cuánto les desagradaba. Cada una de ellas tenía distinta razón: a la primera le fastidiaba que ella fuera tan lenta en los deportes y siempre las hiciera perder; a la segunda simplemente le gustaba molestarla; a la tercera le fastidiaban sus ojos celestes y sus cabellos tan rubios —que la gente siempre halagaba... Y ni era tan bonita, viéndola bien—; y cuarta sólo seguía a sus amigas.
Y fue durante el recreo, cuando los Petrelli —y Raimondo— hablaban sobre sus posibles disfraces —estaban emocionados porque sería su primer Halloween—, que se dieron cuenta de que Annie no tenía invitación, y aunque ninguno le dio realmente importancia —podía ir con ellos—, fue evidente que algo no andaba bien cuando ella bajó la cabeza y la sacudió, negándose a acompañarlos...
Annie jamás le contaba a nadie cuando las otras niñas la molestaban —los demás se daban cuenta porque ella terminaba llorando y, si lograba contener las lágrimas, actuaba siempre rara—; a sus ocho años, ella sentía una profunda vergüenza de lo que demás supieran que la gente no la quería.
Angelo, encogiéndose de hombros, botó la invitación a la basura —total, a él no le interesaba la fiesta; de hecho, no le gustaban, había cogido el papel porque supo que sería de disfraces y a su hermanita le encantaba disfrazarse—. Lorena, en cambio, ahí mismo cogió la de su mellizo, la de Raimondo, y Jessie le entregó la suya —podía tener siete años, pero nadie tenía que explicarle que no podía ir a ningún lado a donde no pudiera ir Annie, de hecho, ella no quería ir a ningún lugar donde no estuviera invitada su prima—, y se las regresó a Nella..., rotas, directamente en su mochila, junto a un licuado de fresa que cuidadosamente vacío sobre cada libro y libreta.
Al regresar del recreo, al encontrarse el desastre dentro de la mochila de Nella, la profesora a cargo pidió que todos los niños —los que habían sido invitados—, presentaran sus invitaciones —evidentemente, quienes no las tuvieran, serían los responsables—, por lo que Annie —sintiéndose siempre culpable por todo—, le dijo a la profesora que había sido ella porque estaba celosa de que no la habían invitado... Y la mujer, desde luego, supo que eso era una mentira —que ella estaba encubriendo a alguien, que una niña tan tímida, tan dócil, jamás cometería una travesura tan osada como aquella—, por lo que quedó en una simple acusación con la madre..., quien decidió organizarle su propia fiesta de disfraces.
*
Irene dijo que no, de inmediato, aunque sus hijos estaban visiblemente emocionados.
—¿Por qué no? —le preguntó Uriele, cansado, cuando Jessie, apenas llegó él del trabajo, le suplicó entre lágrimas que la dejara disfrazarse e ir a casa de sus tíos.
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Ambrosía ©
Narrativa generaleEn el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. 2.- Un aroma delicioso. 3.- El alimento de los dioses griegos; el fruto de miel...