IL PESO DI UN BACIO
(El peso de un beso).
—Por qué me tengo que poner tanta ropa para dormir? —cuestionó, cruzada de brazos, Jessica Petrelli.
Acaba de cumplir cinco años y su madre aún le ponía el pijama.
—Porque está haciendo frío —le dijo Irene. Estaban a mediados de febrero, a finales de invierno.
—Tengo mi edredón —refunfuñó ella.
—No es suficiente. Además, no querrás que alguien abra la puerta y te vea desnuda, ¿no?
La niña bufó. Su mami le había dicho —siempre le había dicho— que nadie debía verla desnuda, y mucho menos tocar su cuerpo, pero... se estaba más cómoda sin tanta ropa. Se lo había enseñado Anneliese, su prima —ésa tan rubia que no conocía hasta hacían seis meses (pero de la que había escuchado tanto, siempre, hasta el cansancio), cuando ella llegó a su casa—.
Su mami le había dicho que Annie y sus hermanos —esos primos de ojos tan claros y bonitos— iban a quedarse con ellos por un tiempo, le dijo que tenía que ser amable y compartir todo con ellos, y aunque al principio a Jessie no le gustó tener competencia en casa —los niños estaban bien, pero... ¿otra niña que iba a robarle la atención? Ya tenía suficiente con Lorena; sus abuelos parecían quererla más a ella, puesto que vivía con ellos— había resultado muy divertido tener a una compañera de juegos en casa.
Bueno, los primeros días, Annie no quería jugar con ella, pero poco a poco, los juegues rosados de Jessica, sus vestidos de princesas, sus alas de mariposas, sus unicornios y muñecas, y todas ésas cosas que ella había acumulado a lo largo de los años, terminaron por seducir a su prima, con quien jugaba el día entero... pero no en la noche, cuando ella se iba con su hermano. Anneliese se convirtió en la hermana que Jessica nunca había querido, pero a la cual ahora adoraba y quería sólo para ella y quería también ser como ella. Aunque de eso último Jessie aún no se había dado cuenta; en ése momento, sólo sabía que quería dormir sin ropa.
—A Annie sus hermanos todo el tiempo la ven desnuda —protestó, bajito.
—Ya te he dicho que Annie no tuvo quién le dijera que eso no está bien —Irene encontró un par de peludas y brillantes calcetas, de color rosa fiusha, en el cajón—. Por eso estamos intentado que ella use pijama, ¿verdad?
—... Sí —murmuró apenas, entre dientes.
—¿Quieres darle mal ejemplo, entonces, durmiendo desnuda?
Jessica se tiró de espaldas en su esponjosa cama, con los brazos abiertos; su madre le tomó un pie para ponerle la calceta y ella se encogió de hombros:
—¿Qué más da si lo hago o no? Ni siquiera duerme conmigo —se quejó.
—Ella se siente más segura con su hermano —le explicó Irene, poniéndole la otra calceta.
Jessie suspiró:
—¿Puedo dormir esta noche con Annie? Matt ya no duerme con Angelo.
Irene se rió. Matt y Ett habían tenido una conexión instantánea, y tan fuerte, que Matteo se había mudado definitivamente a la habitación de su primo —Ettore había sido el compañero que Matt nunca tuvo en su propio hermano: con su primo tenía gustos en común, juegos..., y a él le sí entendía todo lo que le decía—.
—Sí. Sí puedes —concedió la mujer.
Y la acompañó a la habitación azul, con decorado de aviones, y a penas verla, Annie se metió rápidamente a la cama, con su hermano, para que su tía no la viera únicamente en bragas —ella no sabía por qué estaba mal no llevar ropa, ella siempre había andado así, en su casa, pero a la tía Irene no le gustaba—.
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Ambrosía ©
Ficción GeneralEn el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. 2.- Un aroma delicioso. 3.- El alimento de los dioses griegos; el fruto de miel...