REALTÀ
(Realidad).
-¿Dónde estabas? -le preguntó Angelo, apenas ella abrió la puerta de su recámara. La de Annie.
Pese a que la muchacha se sintió sorprendida, logró percatarse de que él no se oía molesto.
Estaba recostado sobre la cama y dejó el libro que tenía entre las manos para tomar asiento y verla de frente.
Anneliese desvió la mirada; recién volvía de casa de Nicolas, luego de acompañarlo en la veterinaria. Había cenado con el muchacho. Pasaban ya de las nueve de la noche y... se sentía temerosa de que Bianca o Laura comentaran que la miraron cogida de la mano con Nicolas y eso llegara a oídos de su hermano. Por eso, aquel domingo, había vuelto a su casa y no dormido nuevamente con su prima.
-Paseando -mintió-. Con Jessica.
-¿Y con quién más?
-Nadie más.
Angelo asintió. Anneliese se dio cuenta de que él no le creía, ¿acaso ya sabía dónde había estado ella?
-¿Qué quieres? -la muchacha hablaba bajo. Estaba apoyada contra su puerta cerrada.
-¿Necesito un motivo para hablar contigo?
-Yo no dije-- -se interrumpió ella. Seguía sin mirarlo. Casi susurraba.
Vino un largo silencio. Él suspiró.
-Últimamente sólo te diriges a mí para gritarme -se escuchó decir ella; no lo planeó-. No sé por qué estás enojado.
-La palabra no es precisamente «enojado», Anneliese.
-... ¿Cuál es, entonces? -sus ojos azules al fin lo buscaron-. ¿Qué fue lo que te hice?
Él no respondió.
-¿Fue porque dije que no quería al bebé? -tanteó ella, bajito.
El muchacho se pasó la lengua por un colmillo y esperó un momento, antes de decir:
-Exactamente..., pero no porque lo dijiste, sino por lo que hiciste.
Ella torció un gesto sutil, confundida.
-Encontré tus inyecciones -soltó, sin más-. Ahí, en ese cajón -señaló con sus bonitos ojos grises al lado de ella-. Vacías.
Anneliese apretó los labios.
-¿Registraste mis cosas? -inquirió, bajito.
Él frunció el ceño.
-Si quiero registrar tus cosas, lo haré; cuando yo quiera y cuantas veces quiera. ¿Desde cuándo se volvió un inconveniente para ti?
La muchacha expulsó el aire por su nariz, aguantando las muchas respuestas que tenía para esa pregunta, pese a lo que él decía era cierto: nunca hubo límites entre ellos. Las cosas comenzaron a volverse distintas, para ella..., cuando él intentó obligarla a tener un hijo que ella no quería. Cuando intentó disponer de su cuerpo, de su vida, como si le perteneciera. Sintió una punzada en el pecho con aquel último pensamiento... porque justo ése era el origen de sus problemas:
-¿Me estás tratando de ésa manera porque crees que aborté?
Él lo pensó por un momento. Se puso de pie y se acercó a ella; era muy alto.
-No -dijo al fin, sacudiendo ligeramente la cabeza-. Si creyera eso, es probable que tu amiga no estuviera viva ahora mismo -aseguró y...
... Anneliese supo, sin lugar a ninguna clase de dudas, que él hablaba en serio. Sintió una especie de frialdad por debajo de la piel, una sensación tan tenue y poderosa a la vez, que jamás había experimentado; ¿qué era eso? Lo miró a los ojos, esos ojos grises, tan increíblemente bellos como fieros... y vio a Giovanni Petrelli: un hombre frío, una bestia con fauces llenas de colmillos, que no dudaría en hacer pedazos, con sus propias manos, a quien amenazara a su familia. Se sintió estúpida al no reparar en ello, al no detenerse a pensar en las consecuencias que sus palabras le darían a Bianca: ella sabía bien quién era su hermano, lo que él era capaz de hacer por ella... Lo había visto volverse una fiera, un lobo rabioso, para protegerla, ¿qué no haría con el pobre infeliz que tocara a uno de sus hijos?
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Ambrosía ©
General FictionEn el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. 2.- Un aroma delicioso. 3.- El alimento de los dioses griegos; el fruto de miel...