Capítulo 33. [Soledad]

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1190, 1190, repito en mi cabeza para no olvidar el número de mi habitación. Veo a unas chicas que se aproximan.

— Ehmm, ¿dónde está el 1190?— pregunté. La expresión de las chicas me sorprendió ya que todas se vieron entre sí en cuanto les dije el número. — ¿Pasa algo con la habitación?— pregunté.

— ¿Estás segura de que es el 1190?— preguntó una de las chicas. Asentí con la cabeza. — Wow, vaya... está al fondo, por éste mismo pasillo— respondió y después de marcharon. Que extraño, en fin. 

Me dirijo a mi habitación, al fin la encuentro, es la última del edificio, en el cuarto piso. Meto la llave y entro. Hay una cama y una decoración antigua pero muy hermosa, la habitación tiene un tamaño considerable, incluso un poco más amplia que la mía. No sé qué tiene de malo, yo la veo excelente. Antes de guardar mi ropa y mis cosas, tomo una ducha. Me pregunto cómo estará Ana, estoy preocupada por ella, ojalá que esté bien. Termino la ducha y me enrollo en una toalla. Salgo del baño y voy hacia mi maleta que está en la cama. La puerta se abre de golpe.

— ¿Quién eres tú y qué haces aquí?— escuché la voz de una chica, me quedé perpleja. Volteé y la vi parada en la puerta, se ve tan sorprendida como lo estoy yo. 

— Ésta es mi habitación, ¿cómo entraste?— respondí. La chica puso los ojos como plato y enseguida me frunció el ceño.

— !¿QUÉ?¡ Puedo entrar aquí las veces que quiera porque ÉSTA es MI habitación, no tuya— respondió en un tono alto, le fruncí el ceño también.

— Pues, ahora es mía también— respondí fríamente. La chica entró y cerró la puerta.

— Ésto tiene que ser un error, un terrible error— dijo viendo hacia el techo. La observé bien, a ésta chica yo la he visto antes... ¡claro! es la chica con la que tropecé cuando llegué, pff. — Y estás usando mis toallas— gritó. Le puse los ojos en blanco.

— ¿Te molesta que la use?— le pregunté.

— Por supuesto, ¿qué parte de "son mías" no entiendes?— respondió con tal hostilidad.
— Entonces toma— me quité la toalla del cuerpo y la arrojé a su cara, la chica se me quedó viendo por unos segundos y después me dio la espalda.
— ¿Qué diablos haces? las extranjeras sí que están locas del remate. Haz el favor de ponerte algo de ropa— respondió aún de espaldas, yo empecé a reír despacio para que no se diera cuenta.
— Como si no hubieras visto algo de ésto antes...— respondí en tono enfadoso, la chica me había molestado y ahora es mi turno de enfadarla. Tomé ropa interior de mi maleta y me la puse. — Ya, ya puedes voltear— respondí, la chica volteó.

— ¿No tienes algo más que ponerte? Pfff, iré a ver por qué estás aquí, espero que cuando regrese estés cambiada o mejor aún; ya no estés— La chica me torció una sonrisa irónica y se fue, dio un fuerte azotón de puerta. Uy, qué genio tan pesado tiene ésta chica. Ojalá solo se trate de un mala organización y me den otra habitación.

Hace mucho frío aquí, me pongo algo de ropa caliente y saco mis cosas personales para ponerlas en su lugar, escucho que alguien viene. La puerta se abre y por ella entra la Directora Hills y la chica dorada, que aún no sé su nombre.

— ¡Ve lo que le digo! ¡está esta chica aquí! Pídale por favor que se marche y dele su verdadera habitación— suplica la chica dorada a la Sra. Hills. Inclino mi cabeza y le frunco el ceño, ella me observa y hace lo mismo, hace una mueca. La Directora analiza todo, nos observa un par de minutos. —¿Qué a caso no va a decir nada?— la chica rompe el silencio. Le pongo los ojos en blanco, es insoportable.

ELLA ES MÍA. (LESBIAN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora