Capítulo 3

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Había empleado un tono autoritario, como si aquello no fuera a afectar a su futuro, a su vida. Ella se había vestido de luto para la ceremonia, pero no lo había hecho por que sintiera la muerte de su padre. Fernando Espinoza no había sido un buen padre.

–No lo entiendo –le había respondido ella tensa–. Lo único que quiero es poder disponer de mi fondo fiduciario unos años antes de lo establecido.

Aquel condenado fondo fiduciario... Detestaba el hecho de que su padre lo hubiera creado, de que hubiera pensado que aquello le daría el derecho a intentar controlarla.

Detestaba que Santiago fuera el albacea testamentario, y que para ayudar a su madre y conseguir el dinero de ese fondo tuviera que dejarse manipular por él.

Ella nunca había querido un céntimo de la fortuna Espinoza, nunca había querido tener que deberle nada a su padre. Todos esos años había vivido muy orgullosa ganándose el pan con el sudor de su frente, pero por desgracia las circunstancias la habían empujado a aquello.

La salud de su madre, Blanca, se había deteriorado rápidamente cuando su padre, Fernando, había enfermado, y sus deudas habían empezado a aumentar a un ritmo vertiginoso después de que Santiago se hubiera hecho con el control de las finanzas de la familia y dejara de pagar las facturas de su madre.

Ella había tenido que hacerse cargo de su madre, cosa que le resultaba muy difícil con lo poco que ganaba como artista en Vancouver. Por eso no tenía otro remedio más que hacer lo que Santiago quería, con la esperanza de que le permitiera tener acceso a su fondo fiduciario antes de lo estipulado para poder salvar a su madre de la ruina.

Había sentido ganas de llorar de pura frustración, pero se había negado a llorar delante de Santiago, a mostrarse débil ante él.

–No tienes que comprender nada –había replicado él, con una mirada fría y llena de malicia–; sólo hacer lo que te digo. Encontrar a un hombre lo suficientemente rico e influyente, y lograr que se doblegue a tu voluntad. No creo que sea tan difícil, ni siquiera para alguien como tú.

–Lo que no alcanzo a comprender es qué sacarás tú de eso –le había dicho Dulce educadamente, como si aquello no le revolviera el estómago.

–El que los medios te vinculen a ti, mi hermana, con un hombre rico e influyente, tranquilizará a mis inversores –le había contestado Santiago–. Y te conviene que este plan salga bien, Dulce, porque si no sale bien lo perderé todo, y la primera víctima será la inútil de tu madre.

Santiago nunca había disimulado el desdén que sentía hacia la madre de Dulce.

Fernando, el padre de ambos, había dejado su imperio en manos de Santiago al comienzo de su larga enfermedad, desheredando a Dulce por cómo se había rebelado contra él años atrás.

A ella sólo le había dejado el fondo fiduciario, controlado por Santiago.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora