Capítulo 39

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Quería lujuria, fuego, pasión, y sabía que todas esas cosas estaban ahí, bajo la superficie.

Los labios de Dulce sabían a lluvia y a algo más, a algo dulce, como su nombre y parecía que nunca se fuera a saciar de ella. 

Tomó su rostro entre ambas manos y la besó una y otra vez hasta que a ambos empezó a faltarles el aliento. Sin comprender muy bien por qué, Chris la estrechó entre sus brazos, apoyando la barbilla sobre su cabeza. 

Sabía que era un error dejarse confundir por la atracción que sentía hacia ella, pero permaneció inmóvil. 

Dulce: No te comprendo –dijo en un susurro. 

Ucker cerró los ojos. ¿Acaso había olvidado por qué estaba consintiendo aquella pantomima?, ¿que Dulce no era más que un medio para obtener su venganza?, se reprendió. Y, aun así, no la apartó de él. 

Christopher: Yo tampoco –murmuró. 

Y permaneció allí de pie durante un buen rato, abrazado a ella en contra de su criterio. 

Cuando se miró al espejo y se vio puesto el vestido, se apagaron al instante los rescoldos de lástima y confusión que Dulce albergaba aún después de aquel encuentro bajo el pórtico con Chris, y los apasionados besos que habían compartido. 

Christopher: Te he comprado algo para que te lo pongas en la fiesta de esta noche –le había dicho cuando entraron en el apartamento. Su tono frío y distante debería haberla puesto sobre alerta, pero lo había ignorado–. Te lo dejaré sobre la cama, para cuando termines de ducharte. 

Dulce: ¿Una fiesta? –había repetido contrariada. 

Christopher: Es un evento de poca monta –le había contestado encogiéndose de hombros

Dulce no había vuelto a pensar en ello, pero después de haberse secado y alisado el cabello y de haberse maquillado, se había enfundado el vestido, y al mirarse en el espejo casi le dio un infarto. 

Se puso tan roja que sus mejillas casi rivalizaban con el color escarlata del vestido que apenas la cubría. ¿No esperaría de verdad que fuese vestida así a esa fiesta? ¡No podía ir vestida así! 

Intentó inspirar para calmarse, pero de su garganta escapó un sonido parecido a un sollozo. 

Cerró los ojos con fuerza y apretó los puños. 

Luego, muy despacio, abrió los ojos y se obligó a relajar también las manos. Aquel vestido era obsceno. No había otra palabra para describirlo. 

Se le pegaba al cuerpo como si fuese pintura, y no dejaba nada a la imaginación. Además, era tan corto que, si intentaba subírselo un poco para que le cubriera un poco más el pecho, el dobladillo se le quedaba a una altura escandalosa, muy por encima de la mitad del muslo; y si se lo bajaba, corría el riesgo de que se le salieran los pechos del minúsculo cuerpo del vestido.   

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora