Capítulo 47

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Christopher se quitó la chaqueta y la arrojó hacia el sofá que había pegado a la pared.

Sin apartar los ojos de ella, se quitó los gemelos y los dejó caer sobre la mesita del café.

Dulce no podía respirar, no podía moverse.

Christopher: No –dijo, deteniéndose a escasos centímetros de ella. Su voz era tan suave, su mirada tan ardiente...–. No te prometí nada, Dulce.

Dulce: Pues claro que lo hiciste –lo contradijo desesperada, frunciendo el ceño–. Y aunque no lo hubieras hecho, ¿qué más da? Imagino que el gran Christopher Uckermann no lleva a una mujer a su cama contra su voluntad.

Christopher: ¿Ves a alguna mujer que responda a esa descripción en este apartamento? –le preguntó. Dul no podía apartar la vista de sus ojos de oro fundido–. A lo mejor también ves unicornios.

Dulce: ¿Qué pasa?, ¿eres incapaz de creer que una mujer sea capaz de rechazarte? –le espetó.

La cabeza le daba vueltas; se notaba el pecho tirante.

Chris esbozó una sonrisa, una sonrisa de verdad que hizo que su sexo palpitara de deseo. Era esa respuesta instintiva de su cuerpo que parecía no poder controlar por mucho que lo intentara.

Christopher: A mí me parece que serías incapaz de rechazarme, Dulce –le dijo en un tono quedo, pero seguro de sí mismo–. Demuéstrame que me equivoco... si puedes.

Comenzó a desabrocharse la camisa, evocando en su imaginación a un dios de la mitología griega, todo arrogancia masculina y poder.

Dul tragó saliva mientras sus ojos, como si tuvieran vida propia, descendieron por la extensión aceitunada de su pecho. De pronto no podía recordar sus argumentos, sus estrategias.

Lo único que quería era tocar su torso musculoso.

Dulce: No sé qué estás haciendo –acertó a decir, de algún modo–. Tu exhibicionismo no va a hacerme cambiar de idea. Ya te dije en el yate que...

Christopher: Ahora no estamos en el yate –la interrumpió divertido, con una intención fiera e inconfundible en su mirada.

Se quitó la camisa y la dejó caer al suelo. Ya nada ocultaba la belleza de su torso, duro acero cubierto de satén.
Era lo más hermoso que Dulce había visto, y estaba temblando por el esfuerzo que estaba haciendo por contenerse para no alargar las manos y tocarlo cuando lo tenía tan cerca.

Tan, tan cerca...Apretó los puños, clavándose las uñas en la carne.

Dulce: Christopher... –le suplicó en un susurro, y en ese instante supo que estaba perdida.

Lo único que le quedaba eran sus bravatas, su obstinación a luchar contra lo inevitable.

Christopher: Ya te lo dije, Dulce –le repitió, con esa voz aterciopelada y ronca que hacía palpitar la parte más íntima de su cuerpo, por mucho que se negara a reconocerlo–. Cuando lleguemos a la línea que no quieres traspasar, no tienes más que decírmelo.

Dul sabía que debía decirlo en ese momento, tenía que hacerlo.

Dulce: Christopher... –musitó desesperada en un hilo de voz  

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora