Capítulo 34

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Dulce no sabía si un duende travieso se había apoderado de ella, o si era aquella agitación que sentía en su interior, pero no se dejó acobardar, ni se retractó ni se disculpó a pesar de la obvia amenaza en su voz, en su mirada, en el modo en que su brazo se deslizó sobre el reposacabezas de su asiento, acorralándola, recordándole el papel que se suponía que debía estar interpretando.

Le miró a los ojos, sin arredrarse, como si todo aquello fuera parte de su plan.

Enarcó las cejas, desafiándolo.

Dulce: Y yo me pregunto cuánto tardaste en cansarte de ellas –le espetó–, de esas mujeres tan complacientes y sin carácter. ¿Recuerdas siquiera sus nombres?

Una sonrisa lobuna se extendió por el rostro de Christopher, y sus ojos parecieron tornarse de oro líquido, como un atardecer reflejándose en el agua, y Dulce se olvidó por un instante de cómo respirar.

Christopher: Te aseguro que recordaré el tuyo –le prometió–. Eres increíble –añadió con una risa áspera–. Pero ahora no tenemos tiempo para esta clase de discusiones –le dijo señalando la ventanilla con la cabeza. Se habían detenido frente a un edificio antiguo con un pórtico de columnas y un portón impresionante–. Ya hemos llegado.

Dulce no habría sabido decir si se había sentido aliviada o decepcionada cuando Chris la dejó, momentos después de conducirla a un suntuoso apartamento en la última planta del antiguo edificio.

Dul no se había dado cuenta de que estaban en pleno centro de la ciudad hasta que, cuando Ucker se hubo marchado y se hubo cerrado la puerta detrás de él, se volvió hacia los enormes ventanales de la pared opuesta, y se encontró mirando directamente la famosa cúpula roja y blanca de la mismísima catedral de Santa Maria del Fiore.

Dulce había crecido en el seno de una familia rica y estaba acostumbrada a los lujos, pero la abrumó el sólo pensar en el dinero que debía gastarse Christopher cada año en mantener un apartamento en un lugar tan céntrico como aquél en la ciudad de Florencia, cuando seguramente apenas hacía uso de él.

Sin duda para él todo se reducía a que cualquier cosa o persona tenía poco valor excepto como moneda de cambio.

Probablemente para él la vida eran transacciones: comprar, amasar, vender o canjear.

La clase de hombre que había sido su padre: frío y calculador, sólo se movía por el dinero, y jamás por sus sentimientos o sus emociones.

Durante los pocos minutos que había estado allí antes de irse, Uckermann ni siquiera se había parado a mirar aquella impresionante vista.

El Duomo de Florencia era uno de los monumentos más importantes de Italia, de todo el mundo.
Tenía una significación histórica e internacional, pero él se había limitado a dar unas cuantas instrucciones al servicio, y a ella le había dicho que tenía que asistir a unas reuniones de trabajo, y que no regresaría antes de las seis de la tarde.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora