Dulce abrió la boca para gritarle, para exigirle que la dejara tranquila, pero algo la detuvo.
Sus ojos estaban apagados, tenía los labios apretados. Si fuera otro hombre habría dicho que parecía casi... desesperado.
Dulce: ¿Para eso has venido a Vancouver? –le preguntó con voz trémula–.¿Para explicarme por qué no debería haberme enamorado de ti?
Christopher: Ya te lo he dicho, Dulce: no merezco ese amor –le repitió, mirándola fijamente–. No tienes más que ver cómo me trataron mi padre, mi madre, mi hermana. Todos me abandonaron, todos me odiaron. Si sólo hubiera sido uno no parecería tan malo, ¿pero todos? Cuando ocurre algo así hay que buscar el denominador común, Dulce, hay que ser lógico.
Dulce: ¿Lógico? –repitió con incredulidad, sacudiendo la cabeza–. ¿De verdad lo ves así?
Escrutó su rostro en silencio y vio que así era, que creía lo que estaba diciendo y que no le había creído cuando le había dicho que lo amaba... porque no sabía lo que era el amor.
Christopher: Es como si te hubieras apoderado de mi voluntad –le dijo, en un tono casi acusador–. He pasado años planeando esa venganza, y ahora en lo único en lo que puedo pensar es en ti. Destruyo a todas las personas a las que me acerco –añadió sacudiendo la cabeza–. Soy como una maldición.
Dul no podía fingir que sus sentimientos habían cambiado. No cuando tenía a Chris de pie frente a ella, cuando sus dedos ansiaban tocar su rostro y sus brazos ansiaban estrecharlo entre ellos.
Christopher: No puedo culparte por odiarme –murmuró.
Se metió las manos en los bolsillos, y Dul tuvo la sensación de que estaba incómodo.
Él, que jamás daba la menor muestra de inseguridad. Aquel pensamiento la atravesó como una flecha que hirió de muerte al monstruo de la ira que le nublaba la mente, y sólo quedó la desazón que la envolvía.
Dulce: Quería odiarte –le dijo con más sinceridad de la que Chris se merecía–, pero no puedo.
Christopher: Pues deberías –masculló–. Si tuvieras el más mínimo sentido de supervivencia, deberías.
Dulce: Tú eres el experto –respondió–. Odio, venganza, engaño... Creo que todo es tu fuerte, no el mío. Yo sólo quería casarme contigo, tonta de mí.
Christopher: ¡La puta venganza ya no me importa nada! Ahora mismo me interesa una mierda–explotó.
Dulce: ¿Cómo puedes decir eso? –le espetó, secándose los ojos con el dorso de la mano–. Santiago me lo contó todo. Lo que te hizo. Lo que le hizo a tu familia, a tu hermana.
Christopher: Mi hermana se quitó la vida. Nada de lo que hizo Santiago puede comparars eal daño que yo te he hecho a ti –dijo dolido–. Sé que no te merezco, Dulce, pero... –sus ojos la miraron atormentados y alargó las manos hacia ella pero no la tocó–. Por favor, créeme cuando te digo que no creo que pueda vivir sin ti –le susurró.
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Por Amor & Venganza
RandomEl famoso Christopher Uckermann andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Dulce Espinoza se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Dulce sabía que no debía jugar con fuego, y menos con...