Capítulo 10

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Dulce sabía lo que debía hacer.

Antes incluso de que Santiago le expusiera sus repugnantes condiciones para que pudiera disponer de su fondo fiduciario, había decidido que haría lo que fuera para liberar a su madre de su control.
Le daba igual que la fortuna Espinoza y su imperio financiero se desmoronaran.

Hacía mucho tiempo que se había desentendido de todo aquello, pero no iba a darle la espalda a su madre.

Dulce: Es una lástima –dijo con una calma que no sentía, alzando de nuevo la vista hacia él.

Christopher: No, no es más que la verdad –respondió.

Dul tragó saliva.

Dulce: Pues yo creo que lo es... porque había oído que ahora mismo no hay ninguna mujer en su vida, y esperaba poder convertirme en su próxima amante –se obligó a decir.

Los ojos de él relampaguearon, pero Dulce le sostuvo la mirada como si fuera tan valiente, tan atrevida como sus palabras sugerían.

Dulce: Claro que, a cambio de convertirme en su amante, esperaría que fuera generoso conmigo; muy generoso –añadió, aunque tenía un nudo en la garganta.

Aquél era el quid de la cuestión, y sabía que Santiago estaba escuchándola.

Durante un instante que se le hizo eterno, Uckermann se quedó mirándola con indiferencia, como si no acabara de ofrecérsele igual que una prostituta, con la naturalidad de quien pide una copa en la barra de un bar.

Hasta que de pronto, cuando creía que ya no podría soportar ni un segundo más la tensión, Christopher esbozó una sonrisa que hizo que se le erizara el vello de excitación y se le endurecieran los pezones.

Había estado esperando aquel momento durante mucho tiempo, y Christopher no pudo evitar saborearlo, recrearse. Nunca habría imaginado que un día la hermana de su enemigo se le ofrecería como amante, poniéndole la victoria definitiva en bandeja de plata.

Y no iba a rechazarla.

No le hacía falta mirar a Santiago Espinoza para sentir su ira; emanaba de él a raudales.

Aquella venganza era tan dulce como siempre había imaginado que sería durante todos aquellos años que había pasado planeándola cuidadosamente, cerrando poco a poco el cerco en torno a los Espinoza, llevándolos un paso más hacia la ruina.

Sin embargo, le habría gustado no ser el último miembro de los Uckermann que fuera a celebrar esa victoria, que su crítico y desaprobador padre, y que su apasionada medio hermana, Victoria, hubieran vivido para ver que se habían equivocado.

Para que hubieran podido ver que se había mantenido fiel a su palabra, a lo que les había jurado que iba a hacer: destruir a los Espinoza, hacerles pagar.

Los dos habían muerto odiándolo, culpándolo a él de todo: primero Victoria, por su propia mano y con el corazón destrozado, y luego su padre, el padre al que se había esforzado tanto por impresionar, aunque jamás lo había conseguido.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora