Capítulo 74

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De pronto lo veía todo claro.

Tenía más dinero del que pudiera gastar en toda su vida, y casas en varias ciudades del mundo. Había nacido y crecido en la más absoluta pobreza, y ahora lo tenía todo, pero nada de todo eso tenía ningún valor para él si eso significaba vivir sin Dulce.

No quería vivir sin ella, y le daba igual cuál fuera su apellido y a qué familia perteneciera. No estaba dispuesto aperderla.

••••••••••

Dulce se sorprendió cuando un elegante coche negro se detuvo junto ala acera de la avenida por la que estaba bajando, camino de la pequeña casa que su madre y ella habían alquilado en Vancouver.

Y se sorprendió aún más cuando vio bajar de él a Christopher, con la gracia de movimientos de un depredador, tal y como lo recordaba.
Se paró en seco y se quedó mirándolo, intentando ignorar los rápidos latidos de su corazón, los nervios que le atenazaban el estómago mientras se acercaba a ella con rostro serio, grave.

Christopher: Supongo me odias –dijo, deteniéndose frente a ella.

Dul parpadeó y sintió que la invadía una mezcla de ira y de dolor.

Dulce: ¿Nada de preámbulos? –le espetó–. ¿Ni siquiera un saludo? ¿Tan poco merezco de ti, Christopher? ¿Ni siquiera la cortesía que tendrías con un extraño?

Comenzó a andar de nuevo, decidida a no volver la vista atrás. Necesitaba llegar a casa, encerrarse en su habitación y llorar sobre su almohada repitiéndose cien veces que no podía seguir enamorada de un hombre que la trataba así.

Chris echó andar detrás de ella y no tardó en darle alcance.

Christopher: ¿Aquello que dijiste en la fiesta, la noche antes de la boda... era verdad? –le preguntó.

Dulce: Los dos dijimos muchas cosas esa noche –masculló, mirando el suelo con el ceño fruncido–. Tendrás que ser más específico.

Le estaba costando mantener la compostura. En esas dos semanas había llorado más de lo que había llorado en toda su vida. Ya no se reconocía.
Era lo que Chris había hecho de ella: una muñeca rota.

Christopher: Estás llorando... –dijo, como horrorizado.

Dul se detuvo y se giró hacia él, deseando ser más fuerte, poder hacerle sentirse tan mal como se sentía ella.

Dulce: Lo hago a menudo –le espetó–, aunque hasta ahora no lo había hecho nunca. Enhorabuena, Christopher; puedes estar orgulloso.

Christopher: Y a pesar de todo dijiste que me amabas –murmuró–, ¡a este monstruo que te hizo algo terrible, algo imperdonable!

Dulce: ¿Por qué estás aquí? ¿A qué has venido? –le preguntó, y de su garganta escapó una risa desgarrada–. Si has venido para hacerme más daño, debo decirte que ya no queda nada que puedas dañar.

Christopher: No soy digno de ser amado –le dijo–. Fuiste una tonta al decirme aquello, al confesar esa debilidad. Deberías considerarte afortunada de que no te creyera, de que no te tomara la palabra.  

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora