No podía dejar de pensar que al día siguiente, en cambio, sería como una flor tronchada, aplastada por su propio pie.
No podía comprender por qué se le revolvía el estómago de sólo pensar en ello, por qué lamentaba que ella tuviese que sufrir las consecuencias de lo que habían hecho su padre y su hermano, que tuviese que pagar por la pérdida de tres vidas: la de su padre, la de su hermana Victoria, y la del hijo que ésta había llevado en su vientre.
¿Por qué tendría que arrepentirse de nada? Como si hubiese sentido su mirada sobre ella, Dulce, que estaba hablando con un pequeño grupo de invitados, giró la cabeza y le sonrió.
La vio excusarse y la observó mientras se dirigía hacia donde él estaba como si fuese una visión.
Dulce: Estás muy serio –le dijo en un tono alegre, aunque sus ojos estaban escrutando los de él.
Christopher: Las fiestas ya no tienen para mí el atractivo que solían tener.
Dul sonrió.
Dulce: Pero esta fiesta es en nuestro honor –apuntó, rodeándole el cuello con los brazos–. Deberías sonreír; o cuando menos no tener todo el rato el ceño fruncido. No se echará a perder por eso tu halo de misterio, no te preocupes.
Aquellas palabras arrancaron una sonrisa de los labios de Chris, que se preguntó cómo podía ser que con Dulce le fuese tan difícil mantener el control sobre sí mismo.
Se había pasado las últimas dos semanas ignorando el modo en que lo había estado observando, pensativa y preocupada, pero esa noche, al verla mirándolo como lo estaba mirando en ese momento, confiada, receptiva, deseó más que nada en el mundo poder ser el hombre que ella creía que era; el hombre que debería ser.
Pero ese hombre no existía.
Christopher: ¿Tan importante es para ti? –le preguntó. Ojalá ya estuviera hecho, pensó; ojalá ya hubiera consumado su venganza y pudiera dejar todo aquello atrás. Era la espera lo que estaba matándolo–. ¿Por qué debería mostrarme abierto y amigable con nuestros invitados cuando probablemente saben perfectamente que no soy ni lo uno ni lo otro?
Dul se rió, y fue como si se le clavara una daga en el corazón. Había tanta calidez en sus ojos, y parecía tan feliz cuando lo miró...
Dulce: Oh, cariño –murmuró, riéndose aún–, cómo te quiero.
Chris se quedó de piedra. Sabía quién era. Sabía lo que debía hacer. Y no creía en el amor; ni siquiera en el de ella.
Dulce lo sintió tensarse de repente. Sus palabras se quedaron flotando en el aire.
Dulce: No pretendía decir eso –susurró espantada por su descuido.
De pronto Chris parecía un extraño, tan lejano, tan distante... Una mezcla de temor y pánico explotó dentro de ella, y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Dulce: Lo siento muchísimo –se apresuró a decir–. ¡No sé por qué he dicho eso!
Christopher: ¿No lo sabes? –inquirió en un tono frío, incriminatorio–. Puede que te refirieras a un cariño casual, como quien le tiene cariño a un viejo coche o a unos zapatos.
Casi daba la impresión de que no le importase, que estuviese pinchándola como solía hacer, pero a Dul le pareció que había angustia en sus ojos.
Nerviosa, bajó las manos a sus hombros y lo miró a los ojos.
Dulce: No pretendía decir eso, pero es la verdad –murmuró con sinceridad–. Es la verdad, Chris: te quiero.
Él se quedó mirándola, y fue como si la fiesta, todo lo que los rodeaba, se desvaneciera.
Los ojos de Ucker se habían oscurecido; no había en ellos siquiera un atisbo de la ternura que le había parecido ver en alguna ocasión.
Chris apretó la mandíbula.
Christopher: Esta boda te ha nublado el cerebro –le dijo con aspereza, después de lo que pareció una eternidad–. ¿Cómo puedes amarme, Dulce? Apenas me conoces. No tienes ni idea de lo que soy capaz.
Dul recordó entonces aquellas mismas palabras que ella había pronunciado en la plazuela de Portofino y se estremeció.
¿Había sido una premonición? ¿Había estado esperando desde entonces, sin saberlo, a que ocurriera algo que confirmara esas palabras?Dulce: Pues claro que te conozco –replicó con suavidad. Irguió los hombros y, mirándolo a los ojos, le dijo–: Mejor de lo que crees.
Christopher: Entonces no hay más que decir –masculló–. Espero que en los días que están por venir eso te reconforte.
Dulce: ¿Quieres decir cuando estemos casados? –inquirió sin comprenderlo, aunque presentía que estaban, de algún modo, al borde de un tremendo desastre.
Christopher: Sí –respondió con una mueca extrañamente amarga–, cuando estemos casados.
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Por Amor & Venganza
RandomEl famoso Christopher Uckermann andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Dulce Espinoza se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Dulce sabía que no debía jugar con fuego, y menos con...