Capítulo 14

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¿Qué importancia tenía cómo la tratara aquel hombre arrogante?

Aquello sólo era una ficción, algo temporal.

«Sólo será unos días», se dijo.

Saldrían a cenar unas cuantas veces, tal vez compartirían unos cuantos besos más, y preferiblemente a la vista de los paparazzi, para convencer a su hermano Santiago y sus inversores.

No sería más que una pantomima, y Christopher Uckermann no tenía por qué enterarse. Además, era por una buena causa, y eso era lo más importante: por su madre, que estaba impedida, y parecía que aún no se había dado cuenta de que su hijastro era un monstruo y que no tenía intención alguna de cuidar de ella como Fernando había esperado que hiciera.

Por eso necesitaba disponer de su fondo fiduciario, cosa que legalmente no sería posible hasta que cumpliera los treinta años a menos que Santiago lo permitiera, para pagar las deudas de su madre y ocuparse de que estuviera atendida por buenos médicos.

No tenía otra elección.

Avanzó hacia Christopher, dejando que sus caderas se contonearan ligeramente a cada paso.

Dulce: Tal vez deberías llamarme con un silbido –le dijo sin poder contenerse–; así no habría lugar para la confusión.

Christopher: Yo no estoy confundido murmuró.

Se irguió, y se apartó de la puerta con un movimiento de una gracilidad casi felina que la habría dejado aturdida si le hubiera dado tiempo de reaccionar.

En vez de eso la asió por la muñeca de improviso y la atrajo hacia sí.
La tomó de la barbilla para levantarle el rostro y hacer que lo mirara a los ojos.

Era un gesto claramente posesivo, pero a la vez, de algún modo, casi tierno, y un gemido ahogado escapó de los labios de Dul.

Luego, sin previo aviso, la boca de Christopher descendió sobre la suya, y la hizo girar con él para empujarla contra la puerta mientras la besaba con ansia, como si quisiera devorarla.

Y aunque Dulce sabía que debería concentrarse en por qué estaba allí, y no dejarse llevar, respondió a sus besos con idéntico ardor. No quería que parara.

Christopher se sentía como si nunca fuera a saciarse de ella, del dulce sabor de su boca, de los gemidos que escapaban de su garganta.

Una ola de calor estaba envolviéndolo, excitándolo, pero no hizo intento alguno por parar aquello.
No habría podido pararlo aunque hubiera querido.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora