Capítulo 21

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Ella abrió la boca, como para decir algo, pero no logró articular sonido alguno, y Chris volvió a sonreír.

Christopher: Cuando entres en una habitación en la que yo esté, debes venir siempre hasta mí –continuó en un murmullo. Mientras su mano derecha seguía acariciando la espalda de Dul, jugueteando con el dobladillo de su blusa y rozando la franja de piel desnuda que quedaba al descubierto entre ésta y la cinturilla del pantalón, la izquierda se enredó en su cabellera–. Y te sentarás siempre en mi regazo a menos que yo te diga lo contrario –apretó los labios contra la curva de su oreja y le acarició la mejilla con la nariz, haciéndola estremecer de nuevo.

Dulce: Comprendo –respondió en un hilo de voz.

Había bajado la vista y sus mejillas se habían teñido de rubor.

Christopher: Y siempre me saludarás con un beso –le susurró, antes de tomar sus labios.

Una vez más, aquel fuego traicionero envolvió a Dulce, reduciéndola a una brizna de hierba a merced del viento del deseo, que la agitaba a un lado y a otro mientras gemía contra la boca de Chris, deliciosamente inmóvil entre sus fuertes brazos.

Casi se olvidó de todo mientras aquellos sensuales labios reclamaban los suyos. Quería olvidarse de todo. Pero eso era precisamente lo que no debía hacer; jamás.

Se echó hacia atrás, poniendo fin al beso, y miró a Ucker.

Sus ojos parecían de oro fundido, y desprendían tal calor que Dulce sintió palpitar su sexo.

Una leve sonrisa se dibujó en los experimentados labios de Chris.

Dulce: Gracias por la lección –le dijo con voz ronca.

No debía sucumbir a la pasión. Así había sido como su madre había acabado dominada por su padre. Ella no iba a cometer el mismo error.

Christopher: No sabía que hubiera terminado –respondió bajando la vista a su boca, y acariciando de nuevo la piel desnuda de la parte baja de su espalda.

Dulce se contuvo para no estremecerse, pero sintió que las mejillas le ardían.

Dulce: Ya sabemos que en este respecto nos compenetramos muy bien –le dijo en un tono desprovisto de emoción. «Eres una Espinoza, una mujer de hielo», se recordó desesperada–. Nos quedan muchas otras áreas por explorar.

Christopher: Me parece, Dulce, que sigues sin comprender el fondo de la cuestión –murmuró divertido, enarcando las cejas.

Sería tan fácil perderse en su mirada, doblegarse a su voluntad..., pensó ella. ¿Pero qué sería de ella entonces? ¿Qué sería de la Dulce que había luchado tan duramente por ser dueña de su vida, por no depender del apellido de su familia? Y, lo más importante: ¿qué sería de su madre?

Tenía que mantener el control sobre la situación.

Dulce: Te equivocas –le dijo, haciendo acopio de valor.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora