Capítulo 15

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Dulce Espinoza quería convertirse en su amante, y él la deseaba con una intensidad que no había esperado, pero que tampoco podía negar.

Sus manos recorrieron con avidez las curvas de esa ardiente pelirroja.

Una de ellas la agarró del cabello y le hizo echar la cabeza hacia atrás para tener mejor acceso a su boca, mientras la otra descendía por su elegante cuello hasta su pecho.

Luego, despegando sus labios de mala gana de los de ella, centró toda su atención en sus senos, acariciando la parte superior, que dejaba al descubierto el escote del vestido.

Después los tomó en sus manos, palpándolos y frotando las yemas de los pulgares contra los endurecidos pezones hasta hacerla gemir.
Con la sangre bombeándole en las venas, bajó las manos hasta encontrar el dobladillo de la falda del vestido, y se lo levantó hasta la cintura, dejando al descubierto sus sedosos muslos y el calor de su feminidad entre ellos.

Levantó una de las largas y exquisitas piernas de Dul, la colocó en torno a su cadera, y apretó su erección contra ella.

Sólo los separaba la tela de sus pantalones y las minúsculas braguitas de seda de ella.

Dulce gimió y se arqueó hacia él.

Había echado la cabeza hacia atrás, contra la puerta, y tenía los ojos cerrados.
Christopher volvió a tomar su boca mientras movía las caderas. Bajó la cabeza para besarla en el hueco del cuello y su mano se abrió paso entre sus muslos.

Apretó la palma de la mano contra su monte de Venus, y se encontró con que estaba ardiendo.

Un gemido ininteligible escapó de los labios de Dulce.

¿Había dicho su nombre? ¿Qué más daba eso?
Era una Espinoza, pertenecía a la familia de su enemigo.

Sólo quería utilizarla para vengarse, y además aún no sabía qué quería de él. En ese momento lo único que sabía era que quería hacerla suya; tenía que hacerla suya.

Christopher apartó un poco las braguitas para poder acariciarla con sus largos dedos. Dulce gimió de un modo incoherente, y siguió torturándola, dibujando círculos antes de sucumbir a la tentación de introducir sus dedos en ella.

Estaba tan húmeda, tan caliente, y era tan suave al tacto, que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no arrojarla al suelo y hundirse en su interior, hasta lo más hondo de ella.

En vez de eso, movió sus dedos, primero suavemente, y luego un poco más deprisa.

Dulce jadeó, y sus caderas comenzaron a moverse, cabalgando sobre sus dedos, mientras sus manos se aferraban a sus hombros.

Christopher: Mírame –le ordenó.

Cuando Dul abrió los ojos, había en ellos un fuego salvaje.
La notó tensarse, y sus mejillas se tiñeron de rubor. Todo su cuerpo palpitaba de satisfacción por verla así, indefensa, completamente a su merced.

Comenzó a mover sus dedos de nuevo, concentrándose en aquel calor húmedo.

Sabía que Dulce estaba a un paso de alcanzar el éxtasis.

Christopher: Entrégate a mí –le susurró entre dientes, antes de imprimir besos ardientes en su boca, en su mejilla, en el cuello–. Ahora...

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora