Capítulo 37

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 Dulce: ¡No vas a conseguir hacerme sentir mal por algo que no tiene nada que ver conmigo! –lo acusó, con las mejillas ardiendo de indignación–. Eres tú el que vas por ahí exhibiendo todo el dinero que tienes con tus coches de lujo,tus yates y tus apartamentos... ¿y soy yo la que tengo que sentirme mal por tu pasado? 

Los ojos de Chris relampaguearon.  

Christopher: ¿Y tú esperas que me crea que has salido, con el chaparrón que está cayendo, a dar un paseo para disfrutar de los monumentos de la ciudad? –le espetó, con una intensidad que Dul no comprendió. 

Dulce: Me da igual que me creas o no –le respondió, encogiéndose de hombros–. Es la verdad. 

Christopher: ¿Y por qué ibas a hacer algo así? –inquirió, su mirada fija en ella. 

Dul desvió la vista hacia la calle y se cruzó de brazos. 

Dulce: Supongo que ahora irás a decirme que una amante no hace ese tipo de cosas –murmuró, sacudiendo la cabeza–. Me imagino que la perfecta amante...no sé, ¿va de tiendas para comprar ropa que no necesita?, ¿se sienta en un sofá y se pone a mirarse las uñas? 

Ucker casi sonrió. 

Christopher: Algo así. Lo que desde luego no haría es deambular por las calles de esa guisa. 

Dul giró la cabeza para mirarlo, y cuando sus ojos se encontraron se produjo una especie de fogonazo entre ellos. 

Era algo íntimo, peligroso,incontrolable, incandescente. 

Dul sintió que le faltaba el aliento. 

«Cuenta hasta diez», se dijo. «No avives este fuego o te quemará viva. Lo echarás todo a perder». 

Dulce: Yo sólo me ofrecí a ser tu amante –le dijo. Por alguna razón su voz sonó sugerente en vez de tirante, como había pretendido–. En ningún momento hablé de ser la amante perfecta. 

Había algo en Dulce que lo desarmaba. Tal vez fueran sus grandes ojos castaños, tan inteligentes y a la vez tan recelosos. Tal vez fuera el modo en que alzaba la barbilla, desafiante, o esos labios carnosos que quería devorar cada vez que los miraba. Por no mencionar cómo se pegaba a sus curvas aquel vestido verde empapado por la lluvia.  

 Tenía sus sospechas respecto a qué habría estado haciendo toda la tarde. 

¿Se habría reunido con el cerdo de su hermano? ¿Le habría dado aquella sabandija nuevas instrucciones para el plan que estuviese urdiendo? 

No podía evitar que le hirviera la sangre en las venas de sólo pensar en ello. No había podido dejar de pensar en ello desde que había regresado para encontrarse con que no estaba en el apartamento y que nadie del servicio sabía dónde había ido. 

Christopher: No –respondió lentamente, apartándose del muro–, desde luego no puede decirse que seas la amante perfecta. 

Dul parpadeó con incredulidad. 

Dulce: Gracias. Oído de tus labios suena aún más insultante  

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora