Había empleado el mismo tono amenazante que aquel día en la plazuela de Portofino, y Dulce se había preguntado si habría tocado una fibra sensible, o si habría usado ese tono por no hacer lo que de verdad habría querido hacer: decirle unas cuantas cosas para ponerla en su sitio.
Christopher: De hecho –había añadido, sin prescindir del sarcasmo–, echando la vista atrás creo que incluso debería darle las gracias a mi padre por haber dejado a mi madre cuando sus encantos como amante empezaron a decaer. Al fin y al cabo, ¿qué le debía? El hecho de que la escogiera como amante era más de lo que ella pudiera haber soñado jamás. Sin duda ésa fue la razón por la que sucumbió a su adicción a los narcóticos y me dejó solo en este mundo. Claro que, como me dijo mi padre al cabo de muchos años, tras una prueba de ADN y después de demostrarle mi valía trabajando para él, las calles me habían endurecido tanto, que me habían convertido en un oponente formidable para otros empresarios.
Dulce: Por lo que dices parece que era un hombre bastante desagradable –había murmurado.
Christopher: Era Víctor Uckermann –había respondido encogiéndose de hombros–. El poco amor que llevaba dentro de sí lo reservaba para su difunta esposa y la hija de ambos, no para su hijo bastardo, que había crecido en las cloacas de Atenas –había añadido entre dientes.
La expresión en su mirada había sido fiera, casi salvaje, pero Dulce sabía que, si hubiera mostrado la más mínima compasión por él, Chris jamás se lo habría perdonado.
Por eso, se había echado hacia atrás en su asiento, había tomado otro sorbo de vino, y había girado la cabeza hacia la ventana, como si el corazón no se le estuviera haciendo añicos de pensar en aquel chiquillo que había sido y que tanto había sufrido.
En los días siguientes Christopher no había vuelto a hablar de aquello; sólo le había hecho el amor con una intensidad tal que a veces, por las noches, mientras yacía junto a él, a Dulce le preocupaba que acabara destruyéndolos a los dos.
¿Cómo podía nadie sobrevivir a tanto placer, verse envueltos en aquel fuego abrasador y no quedar reducido a cenizas?
Y así, en vez de dar voz a esos pensamientos y sentimientos en los que temía detenerse, incluso en el santuario de su mente, Dulce volcó toda esa frustración en su cuaderno de dibujo.
Retrató a Chris en un centenar de poses, diciéndose que sólo veía en él un ejemplo de belleza masculina.
Una y otra vez trazaba con su lápiz el puente recto de su nariz, sus elevados pómulos, su arrogante mentón, sus carnosos labios...Christopher: ¿No te has cansado aún de dibujarme? –inquirió a sus espaldas, inclinándose sobre el respaldo de su sillón para mirar el dibujo que estaba retocando, mientras sus dedos peinaban distraídamente su cabello ondulado–. ¿Por qué no dibujas la playa, o los acantilados?
Dulce no lo había oído poner fin a su conversación telefónica, pero lo había sentido acercándose aunque estaba descalzo y no se oían sus pisadas.
Dulce: Prefiero dibujar gente a dibujar paisajes; es un reto mucho mayor. Y tú eres la única persona a la que veo con asiduidad –contestó–. Podría pedirle a uno de los turistas que hay en el pueblo que posara para mí, pero no sé por qué, creo que a ti no te haría gracia.
Christopher: Crees bien –contestó divertido, como si estuviera conteniendo una sonrisa.
Dulce: Pues por eso; no me queda más remedio que usarte de modelo –respondió soltando el lápiz y girándose para mirarlo–. Es un imperativo artístico.
Christopher: Esta tarde tengo que ir a Atenas –le dijo, apartando una mano de su cabello para acariciar con el pulgar la línea de su mandíbula.
Dulce: ¿Vas a llevarme contigo? –inquirió.
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Por Amor & Venganza
RandomEl famoso Christopher Uckermann andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Dulce Espinoza se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Dulce sabía que no debía jugar con fuego, y menos con...