Capítulo 42

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Ésas eran las condiciones que le había expuesto la noche anterior a la fiesta en el yate de Christopher, que debía convertirse en la amante de un hombre lo bastante rico e influyente como para que los medios se hicieran eco de ello y sus inversores creyeran que contaba con un firme respaldo financiero. 

Y por cómo le había gritado después de la fiesta, era evidente que había estado convencido de que sólo conseguiría ponerse en ridículo al haberse ofrecido a Uckermann como amante y que echaría su plan a perder. Pero se había equivocado. 

Santiago: Pero deberías tener cuidado y no confiarte –añadió con los ojos entornados–. ¿Has averiguado ya cuáles son sus intenciones? –cuando ella no respondió, se rió de un modo cruel–. Imagino que no habrás creído que un hombre como Uckermann puede encontrarte tan cautivadora como para haber aceptado tu proposición sólo por el sexo. Tal vez quiera aprovecharse de nuestro apellido –elucubró en voz alta.  Apretó los labios y sacudió la cabeza.- Logró salir de las cloacas, pero aún lleva encima su pestazo.

Dulce habría querido abofetearle por eso, pero no se atrevió. 

«¡Piensa en tu madre», se recordó. 

Había demasiado en juego. Además, Christopher no la necesitaba para defenderse de Santiago. No entendía de dónde había salido ese impulso de defenderlo, ni por qué permanecía, manteniéndola en tensión. 

Dulce: No ha compartido conmigo los motivos ocultos que pueda tener –le contestó de mala gana–; igual que no le he hablado a él de los tuyos. 

Santiago: Tendrás que mantenerlo contento durante al menos un par de semanas –masculló paseando la vista por la muchedumbre que los rodeaba, como si estuviera buscando más gente importante–. Tal vez un mes. 

Dulce: ¿Un mes? –repitió. Tuvo que hacer un esfuerzo para controlar el pánico y la ira que se apoderaron de ella–. No seas absurdo, Santiago. Esto ya ha durado demasiado. Con todas las fotos que nos han hecho esta noche debería bastarte. 

Santiago: Eso lo decidiré yo, Dulce María, gracias –le espetó. Entornó los ojos y esbozó una sonrisa maliciosa–. ¿O es que temes no tener lo necesario para mantener el interés de Uckermann? 

Dulce: Quiero mi fondo –repitió con aspereza. 

Santiago: Lo tendrás dentro de un mes –le dijo inflexible–. Pero si te hace sentir mejor, yo diría que deberías estar contenta: es evidente que has encontrado el trabajo de tu vida –concluyó riéndose de un modo desagradable. 

«Cree que no soy más que una puta», pensó Dulce. 

Sin embargo, aquel pensamiento no le causó la indignación que le habría causado otras veces. Ni siquiera le importaba. 

Dulce: La semana que viene quiero ver los papeles para aprobar el traspaso del dinero –le dijo mirándolo a los ojos, decidida a no parecer asustada ni intimidada por él–. ¿Está claro? ¿Nos entendemos? 

Santiago: Te entiendo mucho mejor de lo que crees, hermana –le contestó, casi escupiendo esa última palabra, como si fuera un insulto, como la bofetada que sin duda habría querido darle. Pero Dulce no se arredró. Ni siquiera cuando volvió a sonreírle como una víbora–. Tantos años presumiendo de tus principios y de tu honor, y resulta que todo este tiempo no has sido mucho mejor que una puta; sólo estabas esperando a alguien que te ofreciera el precio adecuado –se quedó callado un instante, dejando que sus insultos penetraran, y su desagradable sonrisa se hizo aún más sádica–. Igual que tu madre.         

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora