Capítulo 9

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Se notaba los senos tirantes, pesados, y por un instante se apoderó de ella un impulso de apretarlos contra su duro pecho.

Era como si Christopher Uckermann hubiera vuelto a su cuerpo en su contra.

«Basta», se ordenó mentalmente.

La cabeza le daba vueltas y su respiración se había tornado entrecortada.

Tenía que parar aquello, respirar, controlarse.

Christopher: ¿Cree que sí? ¿No lo sabe? –la picó una sonrisa divertida, sensual–. Entonces es que no lo he hecho bien.

Dulce se dio cuenta entonces de que aún tenía las manos apoyadas en su pecho; podía sentir el calor de su cuerpo a través de la camisa de algodón. Ya hacía rato que debía haber bajado las manos, que debía haberse apartado de él.

«¡Por amor de Dios, contrólate!», se ordenó desesperada.

Pensó en la frágil y delgada figura de su madre, en su tos constante, en los ojos ojerosos por la falta de sueño.
Tenía que mantener la cabeza fría o lo echaría todo a perder.

Bajó las manos, y al hacerlo le pareció que en la sonrisa de él se acentuaba el sarcasmo. Aquello la hizo erguirse, recordarse por qué estaba haciendo aquello, y por quién.
Dulce: Ha sido un beso... aceptable –le respondió, fingiéndose indiferente, y casi aburrida, a pesar de que el corazón se le había desbocado y le palpitaba el estómago.

Él no reaccionó a la provocación, pero sus ojos permanecieron fijos en ella, como un depredador a punto de atacar, o como un dragón a punto de lanzar una llamarada por la boca.

Christopher: Aceptable –repitió.

Ella se encogió de hombros, como si no sintiera que las mejillas le ardían, como si aquel beso no la hubiera sacudido por completo.

En ese momento vio que su hermano se había aproximado a ellos un poco más, sin duda para intentar escuchar su conversación con Uckermann.

Por la expresión de su rostro era evidente que estaba furioso. Sus fríos y crueles ojos ardían de ira.

Christopher: Tal vez deberíamos experimentar un poco más –sugirió.

Su voz aterciopelada la hizo apartar la vista de Santiago.

Christopher: No tengo problema en repetirlo –añadió–; no quiero decepcionarla.

Dulce: Es usted verdaderamente magnánimo –murmuró bajando la vista, temerosa de que pudiera ver el efecto devastador que tenía en ella.

Christopher: Soy cualquier cosa menos magnánimo, señorita Espinoza –replicó–. No tengo un ápice de generosidad, y le aconsejo que no lo olvide.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora