Capítulo 11

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Claro que tampoco se había venido abajo por eso. Había utilizado aquella frustración para alimentar su voluntad de no rendirse, igual que había hecho a lo largo de su vida con todas las cosas malas que le habían pasado.

No había dejado que el hecho de haber crecido en un barrio pobre de Atenas se convirtiera en un lastre para él, ni que su padre se hubiera desentendido de su madre, que para él sólo había sido una amante, y de él, y que luego su madre hubiera muerto por una sobredosis de narcóticos.

Cuando finalmente había logrado salir del arroyo, luchando con uñas y dientes, y con la cabezonería como su única arma, había ido en busca de su padre.

Se había esforzado por demostrarle su valía a su duro, y a menudo cruel padre, y por ganarse el cariño de Victoria, la hija legítima, la favorita.

Nunca había sentido resentimiento alguno hacia ella por eso, aunque Victoria lo había acusado precisamente de eso cuando Santiago Espinoza la había dejado tirada después de dejarla embarazada.

Miró a Dulce con sus palabras resonando aún en sus oídos como las notas de una dulce melodía, la de la venganza.

No sabía a qué estaban jugando su hermano y ella, pero le daba igual.

¿Acaso se había creído Dulce Espinoza que era una especie de Mata Hari? ¿Creía que podía utilizar el sexo para controlarlo, para influir en él de algún modo? Que lo intentara.

Christopher: Sígame –le dijo, señalando con la cabeza en dirección a la parte del yate donde estaban sus aposentos privados.

Ella lo miró, como vacilante.

Christopher: ¿Se lo está pensando mejor? –la picó.

Dulce: Es de usted de quien estoy esperando una respuesta, señor Uckermann –contestó, alzando la barbilla e irguiendo los hombros.

Aquella actitud desafiante lo excitaba. La quería desnuda debajo de él. Ya. «Pero sólo por venganza», se dijo, «no por nada más».

Christopher: Es cierto, pero creo que tenemos mucho que discutir, y deberíamos hacerlo en privado.

Dul tragó saliva, y aquello fue lo único que le dejó entrever que ni estaba tan calmada ni aquello le resultaba tan indiferente como pretendía. Sus ojos se oscurecieron.

Dulce: ¿Va a llevarme a su guarida? 

Christopher: Si quiere llamarlo así... –respondió, divertido.

Dulce no dijo nada más.

Él la tomó por la cintura, y se aseguró de que todas las miradas, incluida la de Santiago Espinoza, estaban fijas en ellos mientras la conducía a su camarote, a su guarida.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora