Capítulo 4

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Sin duda Fernando debía de haber creído que su hijo Santiago cuidaría de que, tras su muerte, su segunda esposa pudiera vivir sin estrecheces, y por eso no había estipulado nada al respecto en su testamento.

Se había equivocado.

Santiago había esperado años para hacer pagar a Blanca por haber usurpado el lugar de su difunta madre.

Para él su frágil salud no era más que «una forma de llamar la atención», y había dejado que sus deudas se fueran amontonando.

Era verdaderamente mezquino, capaz de cualquier cosa.

–¿Y qué es lo que quieres que haga? –le había preguntado Dulce valerosamente.

Haría lo que tuviera que hacer; tenía que hacerlo por su madre.

–Acostarte con ese tipo... casarte con él... me da igual –le había contestado Santiago en un tono despectivo–. Lo importante es que te asegures de que se les vea juntos en público, que aparezca en las portadas de toda Europa. Lo que sea necesario para convencer al mundo de que la familia Espinoza está vinculada a gente influyente y con dinero.

Dulce volvió al presente apartando la vista del baboso financiero para mirar a su hermano, en cuyos ojos ardía el odio más absoluto.

Fue entonces cuando su indecisión se desvaneció. Mejor consumirse en el fuego de Christopher Uckermann, y de paso enfurecer a Santiago al escoger a su enemigo declarado, que sufrir un destino mucho más repulsivo, entre los tentáculos de aquel financiero.

Dulce se estremeció por dentro de sólo imaginarlo. Cuando volvió a centrar su atención en Christopher, vio que la sonrisa había desaparecido de su rostro.

Y aunque aún seguía apoyado en la barra del bar, Dulce tenía la impresión de que cada músculo de su cuerpo se había puesto tenso, en alerta roja.

Todo aquel poder contenido, aquella masculinidad, hizo que se le secara la garganta.

«Esto es un tremendo error», pensó, pero no tenía elección.

Christopher: ¿Y bien?. ¿Cuál es ese favor?

Dulce: Quería que me besara –le dijo con voz clara. Ya estaba hecho; no había vuelta atrás. Carraspeó–. Aquí y ahora. Si no es molestia.

De todas las cosas que pudieran ocurrir durante el transcurso de aquella fiesta, el que la hija de Fernando Espinoza acabara de pedirle que la besara, era lo último que Christopher Uckermann había esperado.

Una sensación perversa de triunfo lo invadió. Los ojos castaños de Dulce Espinoza no rehuyeron su mirada, y Christopher se encontró sonriendo.

No había duda de que era valiente; no como su cobarde y vil hermano.

Sin embargo, aquella valentía no le serviría de mucho, no con él.

Christopher: ¿Por qué debería besarla? –le preguntó, regocijándose al ver el rubor que tiñó sus mejillas. Jugueteó con su vaso y señaló a la muchedumbre con un ademán perezoso–. A bordo de este barco hay muchas mujeres que se pelearían por hacerlo. ¿Por qué tendría que escogerla a usted?

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora