Dulce recorrería el pasillo central de la iglesia, bellísima con su blanco vestido de novia, pero él no estaría allí.
Estaba seguro de que Dul no lloraría; no delante de tanta gente, a pesar de la humillación.
Maldijo entre dientes.
Aquello era muy distinto de lo que había hecho Santiago Espinoza, se dijo irritado.
Él nunca había pretendido utilizar a Dulce; había sido ella la que se había ofrecido a él como amante.
¿Cómo podría él haberla rechazado cuando se lo había puesto en bandeja? No, él no era como Santiago Espinoza, se repitió una vez más, a pesar de que tenía la sensación de que cuando le hiciera aquello a Dulce, cuando la hiriera de aquella manera, tal vez también él saldría herido.
Al fin y al cabo, después de haber intentado no pensar en el pasado durante todos esos años, le resultaba casi chocante recordar en esos momentos cuánto había querido a su malcriada y egoísta hermana, y cuánto le habían dolido las cosas que le había dicho pocos días antes de suicidarse.
La había encontrado acurrucada en el suelo de su cuarto en la mansión de su padre en Kifissia, con el rostro bañado por las lágrimas.
–¡No eres nada para mí! –le había gritado cuando había intentado consolarla, después de que Santiago pusiera fin a su relación de un modo tan cruel.
Entonces él aún no había sabido que su hermana estaba embarazada, que Santiago Espinoza se había mofado de ella y le había dicho que era una «buscona» y que el hijo que llevaba en su vientre podía ser de cualquiera.
–Victoria, por favor, no te pongas así –le había dicho levantando las manos para intentar calmarla.
Creía que le había demostrado que podía confiar en él, que podía ser el hermano mayor que nunca había tenido, alguien a quien poder querer y en quien apoyarse. Eso era lo único que él había querido de ella.
–¡Ojalá no hubieras nacido! –le había gritado Victoria. Aquellas palabras se habían clavado en su corazón igual que un cuchillo–. ¡Todo esto es culpa tuya!
–Lo arreglaré –le había prometido él–. Te lo juro por mi honor.
–¿Por tu honor? ¿Qué honor? –se había burlado ella, desdeñosa, con el rostro contraído por el rencor–. No eres más que una rata callejera, y seguirás siéndolo toda tu vida.
Chris apretó los dientes y apartó aquel desagradable recuerdo de su mente.
Sólo una semana después la habían encontrado muerta en su habitación, y se había descubierto que estaba embarazada.
Los Espinoza se merecían lo que iba a hacerles; incluso Dulce, aunque fuera inocente. No iba a sentirse culpable por ello.
Dul estaba todavía medio dormida cuando Chris la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí, pero se despertó del todo cuando él se colocó sobre ella y sintió que reaccionaba de inmediato a la calidez de su cuerpo.
Christopher: Aún no me has dado una respuesta –murmuró mientras sus labios descendía por su cuello.
Dulce: ¿Y si mi respuesta sigue siendo «no»? –inquirió.
Su voz sonó algo ronca, en parte porque acababa de despertarse, pero en parte también, se dijo, porque ya no había secretos entre ellos.
Se sentía...desnuda hasta el alma. Vulnerable.
ESTÁS LEYENDO
Por Amor & Venganza
RandomEl famoso Christopher Uckermann andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Dulce Espinoza se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Dulce sabía que no debía jugar con fuego, y menos con...