Capítulo 19

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Christopher, visiblemente divertido, le señaló la silla que había junto a la suya para que tomara asiento.

Podía parecer un gesto casual, pero era más que evidente que era una orden, y que esperaba que obedeciera al instante.

Le habría gustado echarle en cara ese autoritarismo, pero en vez de eso se dirigió hacia la silla que le había indicado como una chica dócil y bien amaestrada; como una amante.

Se sentó bajo su atenta mirada, entrelazando las manos sobre el regazo, con la espalda recta y cruzó las piernas con mucho decoro, como si no estuviera hecha un manojo de nervios; como si la noche anterior no la hubiera tocado de la manera más íntima posible, haciéndola gemir y suspirar.

Sentada a su lado se sintió aún más incómoda. El sólo tenerlo tan cerca resultaba abrumador, y aunque bajó la vista para no mirarlo a los ojos, se encontró con que no podía apartar la mirada de sus fuertes manos, que descansaban sobre la mesa.

Christopher: Una fantasía –dijo, con una voz acariciadora que hizo que una ráfaga de calor aflorara en su interior.

Dulce: ¿Perdón?

Al menos no había balbuceado.

Christopher: La principal ocupación de una amante es la de tejer una fantasía para el hombre. Una amante siempre está dispuesta a entretener al hombre, a hacer que se relaje después de un día de trabajo. Siempre va vestida de un modo seductor; nunca se queja, ni discute. Sólo piensa en complacer al hombre.
Dulce: Eso suena maravilloso –murmuró. Había pretendido impregnar su voz de sensualidad, pero en vez de eso su tono había resultado remilgado y áspero–. Desde luego lo tendré en cuenta, y con tantos días de viaje como tenemos por delante, estoy segura de que tendrás abundantes ocasiones para comprobar que soy una alumna muy dispuesta.

Christopher: No tengo la menor intención de hacer de profesor, Dulce, ni busco una alumna –le espetó.

Su intensa mirada volvió a hacerla sentir incómoda y acalorada.

Dulce: En ese caso te pido disculpas –murmuró–. ¿Qué esperas de mí, entonces?

Christopher: Lo primero es lo primero –le dijo en un tono burlón y desafiante–. ¿Por qué no me saludas como es debido? –le señaló su regazo con una leve sonrisa–. Ven aquí.

Por un momento Dulce pareció aterrada, o espantada ante la sola idea, pero de inmediato disimuló, y Chris tuvo que contener la risa.

Estaba seguro de que Dulce Espinoza tenía tanto interés en convertirse en su amante como en cruzar a nada el mar Jónico con un ancla atada al cuello.

Aun así, se levantó de su asiento con aquella elegancia que le resultaba tan inquietantemente cautivadora, para ir a sentarse en su regazo. Y de algún modo logró que el sentarse en las rodillas de un desconocido pareciera era algo tan decoroso como hacer punto de cruz.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora