«No va venir; no va a venir», le repetía una vocecilla, pero ella se negaba a perder la esperanza.
Tal vez hubiera sufrido un accidente con su coche camino de allí. Tal vez estuviera en un hospital, y cuando se supiera todos aquéllos que estaban haciendo especulaciones se avergonzarían.
Pero entonces se oyó un pequeño alboroto fuera, en el pasillo, y un sirviente se acercó a la puerta abierta. Parecía azorado, y antes de que abriera la boca Dulce supo lo que iba a decir.
–Lo siento muchísimo, señorita –murmuró retorciéndose las manos–, pero el señor Uckermann se marchó esta mañana con el helicóptero, a Atenas, y no tiene intención de regresar.
Dul se puso de pie. Era eso o derrumbarse. Se apartó de la silla en la que había estado sentada, mirando a su al rededor angustiada, como si fuera a encontrar algo que pudiera calmarla.
Santiago: Qué sorpresa –masculló avanzando hacia ella. Su rostro estaba contraído por la ira y parecía emanar odio a raudales–. ¡De pronto ha debido de acordarse de que él es un Uckermann y tú una Espinoza! ¡Nunca tuvo la menor intención de casarse contigo!, ¡lo que quería era humillarte! ¡Debería haber imaginado esto desde el principio!
Dulce: No sé de qué hablas –le espetó.
Quería gritar, echar a correr, esconderse... ¿Pero dónde podría ir?
Santiago: ¿Acaso pensaste que sentía algo por ti, Dulce? –le dijo entre dientes–. ¿Creías que tus encantos bastarían para enamorarlo? Lo único que le interesaba era tu apellido.
Dulce: ¿Nuestro apellido? –repitió, sintiéndose tan estúpida como Santiago le decía siempre que era–. ¿Por qué iba a interesarle nuestro apellido?
Santiago: Porque nos detesta; a todos –le espetó–. Hace diez años juró que se vengaría de nosotros, y ya ves, hay que felicitarte: se lo has puesto en bandeja de plata.
Blanca: Santiago, por favor –murmuró–. Éste no es el momento.
Pero Dul, que estaba mirando a su hermano, sintió que un escalofrío la recorría por dentro.
Dulce: ¿Qué le hiciste? –le preguntó apretando los puños–. ¿Qué fue lo que le hiciste?
Santiago: Uckermann es basura –masculló–. Salió escaldado de un negocio en el que fuimos nosotros los que nos llevamos el gato al agua y no pudo soportarlo. Perdió dinero y nos amenazó –dijo encogiéndose de hombros–. Me sorprendió que se recuperara de aquello. Esperaba que volviera al estercolero del que había salido.
Dulce: Te lo preguntaré de otro modo –dijo con aspereza–. ¿Qué cree él que le hiciste?
Santiago: Tenía una hermana demasiado sensible que estaba obsesionada conmigo; decía que estaba enamorada de mí y que yo la había dejado embarazada –resopló con desdén–. Uckermann me culpó de que se matara con una sobredosis de pastillas para dormir, pero creo que su propia madre era adicta a los medicamentos. Al final todo está en la sangre –esbozó una sonrisa cruel–. No tienes más que mirar a tu madre y mirarte a ti.
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Por Amor & Venganza
RandomEl famoso Christopher Uckermann andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Dulce Espinoza se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Dulce sabía que no debía jugar con fuego, y menos con...