Capítulo 54

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 Ya empezaba a comportarse como una amante de verdad. 

Sabía qué preguntarle y cómo preguntárselo, sin esperar nada ni recriminarle nada. Su deber era estar disponible; siempre.

Se recordó que sólo estaba haciendo aquello para asegurarse de que Santiago cumpliría con su parte del trato, que ya quedaba menos para que terminara el mes que su hermano había fijado de plazo.

No estaba convirtiéndose en lo que había sido su madre años atrás, se dijo con firmeza, una mujer mantenida por un hombre, un florero, un juguete. 

No lo era, no lo era.

Christopher: Sólo estaré fuera unas horas –le dijo. Disponía de un helicóptero privado para su uso personal, con lo que sus viajes a la capital eran casi un paseo para él–. Volveré esta misma noche.

Dulce: Te echaré de menos –le dijo, porque era lo que se suponía que una amante debía decir, a la vez que hacía un esfuerzo por mostrarse calmada, indiferente–. Por suerte tengo mis dibujos para recordarte, por si empiezo a olvidar qué aspecto tienes –añadió, dejando el cuaderno y el lápiz sobre la mesita que tenía al lado, para luego levantarse y volverse hacia él.

Chris le rodeó la cintura con los brazos y la atrajo hacia sí. Dulce sintió que el calor de sus manos se transmitía a todo su cuerpo, y cuando los ojos de él escrutaron los suyos con una expresión extraña, un pánico repentino se apoderó de ella.

¿Lo sabía? ¿Había hecho algo que había delatado lo que sentía por él?

Christopher: Podrías ayudarme a hacer la maleta –murmuró con voz sugerente. 

Eso era lo único que podía haber entre ellos: pasión, sexo, pensó con tristeza.

Dulce: Por supuesto –respondió con una sonrisa complaciente–. No se me ocurre nada que me apetezca más.

Después de todo sabía que no podía decirle que lo amaba. No podía. 

No se atrevía siquiera a pensarlo, por temor a que las palabras fueran a escapar sin querer de sus labios.

Sólo podía amarlo con su cuerpo y con sus lápices, y únicamente podía rogar por que él nunca lo supiera.

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Christopher iba de una sala a otra de la villa, y a cada paso que daba su irritación iba en aumento. No lograba encontrar a Dulce por ninguna parte. No estaba tumbada en una pose sugerente en la cama de su dormitorio, vestida con provocadora ropa interior. 

No estaba dándose una ducha para tentarlo y hacer que se uniera a ella. No estaba en ninguno de los sitios en los que podía haber estado, en los que debía haber estado, y el hecho de que hubiera vuelto a toda prisa de Atenas para verla y no la encontrara por ninguna parte no hacía sino enfurecerlo aún más por sus deficiencias como amante. 

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora