Christopher: Me parte el corazón, señorita Espinoza -le contestó dando un paso hacia ella. Dulce no retrocedió, y eso lo excitó aún más-. Daba por hecho que había sido mi atractivo físico lo que la había traído hasta mí para suplicarme un beso. En vez de eso resulta que es usted como el resto. ¿Es una de esas mujeres que van por ahí flirteando con los tipos ricos, como esas adolescentes que coleccionan autógrafos de cantantes y actores?
Dulce: Por supuesto que no -replicó, echando la cabeza hacia atrás y enarcando las cejas-. Son los hombres ricos los que me persiguen y flirtean conmigo. Pensé que le hacía un favor ahorrándole las molestias.
Christopher: Es muy considerado por su parte, señorita Espinoza -murmuró, trazando con las yemas de los dedos la tersa piel sobre el borde de su clavícula. La notó estremecerse ligeramente, y casi sonrió-, pero me temo que soy un hombre reservado, celoso de lo que es mío, y soy bastante reticente a compartir lo que es mío.
Dulce: Ya, y por eso ha organizado esta fiesta y ha invitado a toda esta gente.
Christopher: No tengo intención de besar a todas estas personas. Aunque a algunas de las mujeres que hay a bordo sí las he besado -puntualizó.
Dulce: En ese caso me gustaría que me explicara cuáles son sus reglas - respondió, y apretó ligeramente los labios, como si estuviera conteniéndose la risa-. Aunque debo confesarle que me sorprende que las haya. Parece que no son ciertas las historias que se cuentan del gran Christopher Uckermann, que no se pliega a los convencionalismos, que no sigue las reglas y se forja su propio destino. Si ese hombre existe, me gustaría conocerlo.
Christopher: Sólo hay un Christopher Uckermann, señorita Espinoza; yo.
Estaba tan cerca de ella que el aroma de su perfume, con un toque floral, invadía el espacio entre ellos.
Se preguntó si sus labios serían tan dulces como su perfume.
Christopher: Espero que eso no suponga una decepción para usted.
Dulce: No tendré manera de juzgar si supone para mí una decepción o no si no me besa -apuntó, mirándolo a los ojos.
Christopher: Ah, así que se trata de algo inevitable.
Dulce: Por supuesto. ¿No lo ve igual que yo? -respondió ladeando la cabeza con una sonrisa.
Era un desafío en toda regla, y Christopher nunca había rehuido un desafío. Claro que aquello no era en absoluto lo que había planeado; eso era cierto.
La espontaneidad era para los que tenían poco que perder y aún menos que demostrar.
Él quería vengarse del difunto Fernando Espinoza y de su odioso hijo Santiago como se merecían, no de cualquier manera.
Era una venganza que había estado urdiendo durante los últimos diez años: un tirón por aquí, un rumor por allá, y había puesto zancadillas a los Espinoza que habían hecho que sus negocios comenzaran a ir cuesta abajo, sobre todo desde la enfermedad del viejo.
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Por Amor & Venganza
RandomEl famoso Christopher Uckermann andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Dulce Espinoza se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Dulce sabía que no debía jugar con fuego, y menos con...