Capítulo 59

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Fue como si aquellas palabras le desgarraran la garganta, la lengua, los labios.

No podía seguir mintiendo al hombre al que amaba. Encontraría otra manera de ayudar a su madre.

No sabía cómo lo haría, pero no podía seguir con aquello.

El hecho de que hubiera llevado aquel engaño tan lejos era algo que lamentaría durante el resto de su vida.

Christopher: ¿No? –no parecía demasiado sorprendido por su respuesta– . ¿Estás segura? Yo creo que sí.

Dulce: Lo que quiero decir es que no me casaré contigo –puntualizó con el poco valor que le quedaba, como si el decir aquello no la estuviera matando por dentro.

Christopher: Ah, ya veo –murmuró escrutando su rostro–. ¿No me digas que ahora de repente te ha dado un ataque de romanticismo? Espero que el hablar de matrimonio no te haya hecho fantasear con eso de «hasta que la muerte nos separe» y un anillo –se rió–. Te aseguro que haré que mis abogados nos ahoguen a ambos con decenas de cláusulas en un contrato prematrimonial. Estoy seguro de que eso te curará de esa clase de fantasías románticas.

Dulce: No dudo que eso sería un alivio –acertó a decir.

Hasta consiguió que su voz sonara áspera, como si pudiera distanciarse de todo con el mismo cinismo con que él lo hacía, como Chris esperaba de ella.

Christopher: Entonces, ¿qué objeción tienes a mi proposición? –inquirió. Se encogió de hombros, con la suprema confianza en sí mismo de un hombre que sabía que cualquier mujer querría casarse con él–. No puedes decir que no estemos hechos el uno para el otro.

Dulce: Acabas de enumerar unas cuantas razones por las que no encajaríamos bien –le recordó, casi irritada.

No sabía por qué seguía discutiendo con él. Debería poner fin a aquello, alejarse de él. Y debería hacerlo ya, antes de que el dolor la tumbara, como temía que ocurriría si seguía adelante.

Christopher: Un hombre no espera discutir a todas horas con su amante –apuntó con su burlona media sonrisa–. Con una esposa en cambio...

Dulce: Estoy segura de que no piensas la mitad de las cosas que estás diciendo –le espetó, luchando con sus emociones.

Quería ser la mujer que había fingido ser, la mujer a la que acababa de proponerle matrimonio.

Christopher: Cásate conmigo y lo averiguarás –le sugirió.

¡Estaba desafiándola a casarse con él!

Dulce sintió que algo se resquebrajaba en su interior y tuvo que contener un gemido que se temía sonara más como un sollozo.
No iba a llorar. No podía llorar delante de él.

Sin embargo, de pronto sentía que el falso valor al que se había estado aferrando estaba abandonándola.

¿Por qué estaba luchando contra sus sentimientos? ¿Por qué aquella obstinación en ser noble?

La verdad era que quería decir sí, que lo amaba, y aunque era algo que Santiago no comprendería jamás, su corazón le decía que su madre sí.

Además, ¿cómo podría alejarse de él sin haber intentado siquiera decirle la verdad? ¿Cómo podría vivir con eso?

Lo amaba a pesar de que sabía que ese amor no era sensato ni racional, y necesitaba creer que una parte de él, enterrada bajo todas aquellas capas de orgullo masculino y de años de soledad y falta de cariño, sentía algo por ella.

Además, si iba a ofrecerle su corazón, tenía que confiar en él lo suficiente como para decirle la verdad.

Apretó los puños, se irguió, alzó la cabeza, y lo miró a los ojos.

Dulce: No puedo casarme contigo... –le dijo en un tono quedo, con toda la dignidad que pudo– porque te he mentido. Te he estado mintiendo desde el principio.  

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora