Le dirigió otra larga e intensa mirada, igual de críptica, y una sombra cruzó por su rostro.
Por un instante Dulce creyó que iba a decir algo, pero se dio la vuelta y se alejó sin más, dejándola a solas con sus agitados pensamientos.
Una verdadera amante no habría desaprovechado la oportunidad de exhibir su cuerpo, pensaba Chris aquella tarde mientras terminaba una larga ronda de llamadas a sus socios en Atenas.
Una amante con iniciativa se habría puesto a tomar el sol en topless, por ejemplo, para llamar su atención. O, sabiendo que él estaba mirando, se habría pasado una hora entera embadurnándose de protección solar en las poses más provocativas.Una amante habría sabido que debía esforzarse por asegurar su «puesto», y que la mejor forma de conseguirlo era que cada una de sus palabras y acciones excitaran a su protector.
Dulce Espinoza, en cambio, estaba demostrando que no tenía ni idea de cómo se comportaba una amante eficiente. Llevaba toda la tarde con la nariz metida en una novela. Una de ésas con un montón de páginas y la letra apretada; la clase de novela de la que se derivaba que quien la leía era capaz de pensar, y ningún hombre esperaba de su amante profundos y complejos pensamientos.
En cualquier caso, lo del libro habría sido pasable si hubiera llevado puesto un biquini minúsculo, uno de ésos que apenas cubrían nada y que parecían pedir a gritos que alguien los arrancara.
Pero Dulce, a pesar de que le había dicho que se cambiara y se pusiera algo más sugerente, no le había hecho caso, y seguía con el mismo pantalón y la misma blusa.
Si no fuera porque tenía la impresión de que estaba absorta en la lectura y se había olvidado por completo de él, pensaría que estaba desafiándolo deliberadamente.Después de discutir los detalles de un contrato que había esperado cerrar hacía semanas, se despidió de su interlocutor y colgó el teléfono.
Se frotó el rostro con las manos, y se recostó en su sillón de cuero tras el reluciente escritorio de madera. Sabía que, si giraba su asiento y miraba por la ventana, vería a Dul en el mismo sitio en el que había estado las últimas horas: en cubierta, acurrucada en una tumbona bajo una sombrilla, absorta en el libro que estaba leyendo.
¿Por qué la encontraba tan excitante? ¿Por qué lo divertía tanto? ¿Por qué se dibujaba una sonrisa en sus labios cada vez que pensaba en ella? Nunca había experimentado nada semejante, y aquello lo intrigaba además de inquietarlo.
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Por Amor & Venganza
RandomEl famoso Christopher Uckermann andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Dulce Espinoza se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Dulce sabía que no debía jugar con fuego, y menos con...