Capítulo 41

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La fiesta a la que Christopher la llevó aquella noche no era una fiesta de poca monta como había dicho, sino un importante evento que contaba con invitados de renombre, y que se celebraba en el Palacio Pitti, un enorme edificio renacentista que siglos atrás había sido el hogar de los Medici, no lejos del Ponte Vecchio, en la ribera sur del Arno. 

Christopher la ayudó a bajar del coche entre los flashes de las cámaras, y Dulce no tuvo más remedio que sonreír a los fotógrafos mientras caminaba agarrada a su brazo, y fingir que estaba encantada de estar allí con él y de que la exhibiera como a un trofeo con aquel ridículo vestido. 

No podía hacer otra cosa más que intentar llevarlo con dignidad, así que mantuvo la cabeza bien alta mientras caminaba y no dejó de sonreír. 

Chris la condujo a un patio abierto bajo el cielo estrellado. 

Las nubes de lluvia se habían alejado, y hacía una noche agradable. 

Los invitados, aristócratas, hombres de negocios y famosos del mundo del espectáculo, departían en pequeños grupos con una copa en la mano, y a ambos lados del patio había mesas alargadas cubiertas con manteles blancos repletas de exquisitos aperitivos. 

Christopher: ¿Te apetece una copa? 

Dulce: Me encantaría, gracias. 

Dul lo siguió con la mirada mientras se alejaba entre la gente, admirando lo bien que le sentaba el traje oscuro que llevaba. 

Había algo que lo hacía destacar sobre otros hombres: la energía que parecía transpirar por todos los poros de su cuerpo, su forma de moverse, como un depredador. 

-Ah, Dulce... 

Al oír aquella voz burlona y detestable detrás de sí, Dulce se puso tensa. Santiago... 

Santiago: Veo que al fin has aceptado lo que eres –dijo cuando se volvió hacia él. 

Sus ojos brillaban con malevolencia. 

Dulce: Hola, Santiago. Qué sorpresa tan agradable –respondió con una calma que no sentía y una sonrisa forzada. 

La marca que sus dedos le habían dejado en el brazo casi se había borrado por completo, pero la frustración y la ira que había sentido permanecían. 

Santiago: Estaba preguntándome qué clase de mujerzuela se pasearía por el Palacio Pitti vestida como una puta barata –le dijo al oído, inclinándose hacia ella–. Debería haber imaginado que eras tú. 

Dulce: ¿No te gusta mi vestido? –le preguntó enarcando las cejas. No se permitió ninguna otra expresión facial que pudiera delatar que se le había revuelto el estómago al oír su voz, que tenía el pulso acelerado por el miedo–. Fue Christopher quien lo escogió. ¿Habrías preferido que le llevara la contraria y  discutiera con él por algo tan estúpido como un vestido? 

Su hermano le dirigió una mirada furibunda; gélida. 

Santiago: No puedo negar que te has superado, querida hermana –dijo al cabo de un rato, con una sonrisa cargada de sarcasmo–. Daba por hecho que Uckermann tomaría lo que le ofreciste de un modo tan descarado y se desharía de ti –la miró largamente de arriba abajo, haciendo que Dulce se muriera de vergüenza,pero en vez de dejarlo traslucir, se irguió y alzó la barbilla–. Pero no, aquí estás con él, vestida como una puta para darle gusto. Y tengo que reconocer que la otra noche me sorprendiste. No imaginaba que fueras a ser capaz de mostrar tanta iniciativa e inventiva para metértelo en el bolsillo. 

Dul sabía que debería sentirse triunfante. Santiago creía que se había convertido, a todos los efectos, en la amante de Christopher; su plan estaba funcionando. 

¿Por qué entonces se sentía tan vacía? 

Dulce: Quiero mi fondo fiduciario –le dijo sin rodeos –. ¿No es esto lo que querías? Imagino que Christopher Uckermann es lo suficientemente rico e influyente, ¿no? Al entrar me han debido sacar unas cincuenta fotos con él.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora