Y no sólo eso; también había tenido que quitarse la ropa interior para no llamar más la atención, porque se le marcaban claramente a través del ajustado vestido.
Sólo había un tipo de mujer que se vistiese así, pensó Dulce. ¿Era ése el objetivo de Christopher? ¿Quería hacerla sentirse como una prostituta? ¿Acaso disfrutaba imaginándola paseándose de esa guisa en la fiesta, vestida de esa manera tan escandalosa?
Claro que quizá, pensó conteniendo las lágrimas de ira que inundaron sus ojos, negándose a derramarlas, quizá estaba equivocándose de parte a parte.
Talvez no pretendiera humillarla; tal vez era así como le gustaba que se vistieran sus amantes.
Tal vez quería que todo el mundo supiera, con sólo verla, que era su amante. No tenía por qué tratarse de algo personal; no tenía que tomárselo como un intento de hacerle daño.
Miró el reloj y vio que ya había malgastado mucho tiempo y que iba a retrasarse otra vez.
Se mordió el labio y volvió a mirarse al espejo.
Sabía que no podía hacer otra cosa más que hacer de tripas corazón. Sólo tendría que seguir obedeciéndole unos días más.
Por lo que su madre le había dicho cuando habían hablado por teléfono, parecía que Santiago ya estaba un poco más calmado y de mejor humor, lo cual le daba esperanzas de que su plan estuviera funcionando y de que pronto pudiera poner fin a aquella charada.
No estaba segura de cuánto tiempo más podría soportarlo. Cerró los ojos un momento e inspiró profundamente. Luego volvió a abrirlos, se giró sobre los talones, y se obligó a salir de la habitación antes de que pudiera cambiar de idea.
Encontró a Chris en el salón, con un vaso de whisky en la mano, mirando la grandiosa cúpula de Santa Maria del Fiore por el ventanal.
Se giró lentamente hacia ella, y Dul se detuvo en mitad del salón para que pudiera mirarla bien.
Dulce: ¿Era esto lo que tenías en mente? –le preguntó.
Se notaba un nudo en la garganta por las emociones que estaba luchando por contener mientras trataba de fingir que no tenía sentimientos, que era fría como el hielo.
La mirada ardiente de Ucker recorrió su figura de arriba abajo, y Dul sintió que los pezones se le contraían y que se le erizaba el vello de los brazos. Era como si estuvieran conectados por un cable invisible que la hiciera reaccionar contra su voluntad.
Dulce: ¿Te complace lo que ves? –inquirió–. ¿No es eso lo que preguntaría una amante?
Christopher: Si no lo hacen, deberían –le respondió en ese tono aterciopelado y peligroso que hacía que le flaquearan las rodillas–. Y debo felicitarte.
Sus labios esbozaron una sonrisa burlona, y Dulce se preparó para recibir una pulla.
Sin embargo, en vez de eso se acercó a ella con un brillo posesivo en esos ojos de oro bruñido, y Dul sintió que su sexo palpitaba de excitación y que se le secaba la boca.
¡Qué no daría por poder detestarlo! O al menos, por no desearlo como lo deseaba.
Chris alargó el brazo y la tomó de la mano sin apartar sus ojos de ella. El pulso de Dulce se disparó, y él se llevó su mano a los labios para besarla.
Christopher: Aunque te ha costado, has cumplido con creces mis expectativas –murmuró–. Me atrevería a decir incluso que las haz superado.
Pero Dulce no estaba escuchándolo; había oído en su mente un ruido ominoso, el golpe metálico de una jaula al cerrarse, unas palabras susurradas que no quería aceptar.
Y no tenía nada que ver con su madre, ni con las razones por las que estaba allí.
«Nunca escaparás de este hombre», le dijo aquella voz, y Dul sintió que se le hacía un nudo en la garganta porque una parte de ella sabía que era la verdad.
«Nunca volverás a ser libre».
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Por Amor & Venganza
RandomEl famoso Christopher Uckermann andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Dulce Espinoza se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Dulce sabía que no debía jugar con fuego, y menos con...