Capítulo 28

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¿Y por qué sentía tanta vergüenza, preguntándose qué estaría pensando de ella?
¿Por qué tenía que preocuparle lo que aquel hombre pudiera pensar de ella?

Dulce: ¿Que qué clase de hombre es Santiago? –repitió airada, presa de su propio temperamento. Al menos la ira era mejor que las lágrimas, se dijo. Cualquier cosa antes que llorar delante de aquel hombre–. No sé cómo contestar a eso. ¿Un hombre como todos los demás? ¿Un hombre normal? Al fin y al cabo son todos iguales, ¿no es verdad?

Christopher: Cuidado, María –le advirtió, enarcando las cejas. Pero ella no lo escuchó.

Dulce: Los hombres exigen; quieren controlarlo todo. Dan órdenes, y no les importa lo que quieran o lo que sientan los demás –le espetó, lanzándole aquellas palabras como si fueran puñetazos. Chris no se movió. Simplemente se quedó allí plantado, mirándola. La expresión que se reflejaba en sus ojos era cada vez más amenazante, pero Dul siguió hablando–. Aplastan lo que va en contra de sus intereses. ¿Quién sabe de qué serías capaz tú?

De pronto Dul tuvo la impresión de que el mundo hubiera dejado de girar; era como si ya no fuera consciente de nada salvo de su respiración agitada y los ruidos, las voces y las risas que salían de los cafés y los pequeños restaurantes de la plazuela y sus alrededores.

No quería sentirse así. Quería interpretar su papel en el plan que había ideado: el de una mujer fría, inteligente, capaz de seducir..., en vez de tropezarse constantemente con sus emociones.

¿Era todo por él, por aquel hombre?

Ucker alargó el brazo y le apartó un mechón del rostro con una delicadeza que no dejaba traslucir la tensión que había entre ellos.

Dejó caer su mano y abrió la boca para decir algo, pero luego sacudió la cabeza, como si lo hubiera pensado mejor.

Una pareja joven pasó corriendo y riendo cerca de ellos, y el chico habría empujado a Dul si Chris no la hubiera jalado por el antebrazo para apartarla.

Cuando se hubieron alejado la soltó de inmediato, pero un cosquilleo permaneció en la piel de Dulce, y su corazón tardó en calmarse. No podía seguir así, se dijo.
No podía permitirse sentir: ya fuera ira, o desesperación, o aquella sensación cálida que la había invadido en ese momento, que la asustaba, y a la que no se atrevía a dar nombre. No había sitio entre ellos para las emociones.

Se aclaró la garganta.

Dulce: Hablaba en general, por supuesto –dijo con la voz ronca por los sentimientos que no podía dejarle entrever.

Christopher: Lo sé –murmuró.

La media sonrisa volvió a asomar, después de tantas horas, a los labios de Ucker, y Dul se tuvo que reprender una vez más al darse cuenta de cuánto había ansiado volver a verla.

Los ojos de Chris brillaron en la oscuridad, y Dulce se estremeció aunque no hacía frío.

Christopher: Ven –le dijo en un tono quedo–. Es hora de disfrutar de la comida italiana, no de pelear.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora