Sentada en un sillón de mimbre en el soleado patio que se asomaba a los acantilados de Cefalonia, salpicados de verdes pinos, Dulce dejó que la brisa marina penetrara en sus pulmones, como si el aroma del resplandeciente mar Jónico, que chocaba contra las rocas allá abajo, pudiera calmar el torbellino de sentimientos encontrados en su interior.
El pueblo pesquero de Assos, donde se alzaba la villa del siglo XVI en el que se encontraban, el hogar de Christopher, era distinto del tópico de los pueblecitos blancos y azules de otras islas griegas más conocidas, más genuino y auténtico.
Chris estaba sentado cerca de las puertas cristaleras por las que se salía al patio y estaba haciendo una de sus innumerables llamadas de negocios con el móvil.
Sin embargo, aunque estuviera callado y no lo hubiera visto salir al patio hacía un rato, Dulce habría sabido que estaba ahí sin necesidad de voltear. Era como si estuviera conectada con él de algún modo, por alguna especie de radiofrecuencia que sólo ella podía oír, y siempre lo sabía cuando estaba cerca de ella.
Christopher la había hecho suya, en cuerpo y alma.
Durante esos días le había hecho el amor tan apasionadamente, la había hecho sentir tan viva, tan distinta, que a veces se preguntaba si cuando acabara aquello volvería a ser alguna vez la misma Dulce de antes.
Lo que más la asustaba era que no le importaba.
Los días se habían convertido en semanas y la llama del deseo no se apagaba. Habían navegado desde Italia hasta Grecia, deteniéndose donde se les había antojado: Sorrento, Palermo, Malta, la famosa isla de Ítaca, y finalmente habían llegado a Assos, en la isla de Cefalonia, su destino.
Christopher: Esta villa perteneció en un principio a mi abuelo –le había explicado el día que llegaron, mientras cenaban en una taberna del pueblo–. Pasó a mis manos tras la muerte de mi padre.
Dulce: Entonces... ¿nunca viniste aquí de niño? –le había preguntado.
Él le había lanzado una mirada cínica, y le había contestado:
Christopher: No, nunca vine de vacaciones, si es a lo que te refieres. Crecí en Atenas.
Dul había recordado entonces lo que le había contado de su infancia en un barrio pobre y se había sonrojado.
Dulce: Como me dijiste que considerabas Cefalonia como tu hogar, di por sentado que tenía alguna conexión con tu infancia –se había justificado.
Christopher: Es la única de las posesiones de mi padre que nunca visitaba mientras yo le conocí –le había explicado en un tono frío, desprovisto de emoción–. Supongo que por eso este lugar me ayuda a relajarme; porque no asocio ningún recuerdo de mi padre a él.
Dulce: ¿Conociste a tu abuelo? –le había preguntado, tomando un sorbo del vino que habían pedido para acompañar un delicioso róbalo con salsa de limón.
Christopher: Apenas. Pero no era un hombre demasiado simpático. ¿Pero qué hombre que construye un imperio financiero lo es? –le había dicho–. Crió a su hijo para que fuera igual que él, o peor: su propia imagen magnificada. Ésas son mis raíces, de la que estoy tremendamente orgulloso –había añadido con una sonrisa sardónica.
Dul había ignorado su sarcasmo.
Dulce: Estés orgulloso o no, son tus raíces; siempre está bien conocer nuestras raíces.
Christopher: Sé exactamente de dónde vengo –había replicado.
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Por Amor & Venganza
RandomEl famoso Christopher Uckermann andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Dulce Espinoza se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Dulce sabía que no debía jugar con fuego, y menos con...