Capítulo 51

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Dulce obedeció al instante, cruzando los tobillos sobre el hueco de su espalda.

Era como si su cuerpo hubiera sido diseñado expresamente para encajar a la perfección con el suyo.

La levantó despacio y la dejó caer de nuevo, haciéndolos estremecer a los dos cuando su duro miembro volvió a hundirse hasta el fondo dentro de ella.

Repitió la operación, y luego otra vez, y tras otra larga y lenta embestida Dulce empezó a estremecerse, sollozando de placer contra su cuello.

Chris esperó a que dejara de temblar, y aún dentro de ella se arrodilló sobre la blanda alfombra a sus pies y la depositó con su espalda sobre ella.

La respiración de Dulce todavía era entrecortada, y cuando por fin logró abrir los ojos le llevó un buen rato enfocar la mirada.

Chris le sonrió.

Christopher: Mi turno –le dijo.

Estaba perdida sin remedio.

Dul se aferró al cuerpo de Chris cuando empezó a sacudir las caderas de nuevo.

Los ojos de él estaban muy serios, y tenía el rostro contraído por la pasión. Aquello no debería estar ocurriendo. No debería estar sintiendo lo que estaba sintiendo. No debería verse envuelta en una espiral de placer con la más leve caricia.

O, cuando menos, debería intentar luchar contra ello, se dijo.

Sin embargo, pronto se encontró con que ya no podía pensar en nada que no fuera él, como si en el mundo no existieran más que ellos dos y aquellas sensaciones que amenazaban con apoderarse de ella por completo.

Aquello no podía ser posible. ¿Cómo podía ser que cada embestida de Ucker fuera más abrumadora, más electrizante?

Chris le susurró algo en griego que no comprendió, mientras le besaba el cuello y el cabello.
Deslizó una mano entre ellos y presionó un dedo contra su clítoris, haciéndola retorcerse debajo de él.

Poco después alcanzaba el orgasmo, seguida de él, que exhaló un grito bronco, áspero, antes de que el silencio cayera como una manta sobre ellos.

Chris no la dejó descansar demasiado.

Unos minutos después se levantó, y después de ayudarla a incorporarse la llevó al cuarto de baño y la hizo entrar con él en la amplia ducha, donde lavó cada centímetro de su piel con tanto mimo y cuidado como si fuera algo sumamente preciado para él.

«No, no es verdad», se recordó Dulce. «Sólo una posesión. Es un hombre que cuida bien de sus posesiones».  

Chris guardó silencio mientras la lavaba, y siguió sin decir nada cuando la sacó de la ducha y la secó con el mismo mimo, con una toalla tan suave como una nube.

Dulce se sentía tremendamente vulnerable.

Cuando hubo terminado de secarla se secó él también, mucho más rápido y con movimientos enérgicos. Después arrojó la toalla al suelo y, tomándola de la mano, la condujo fuera, al dormitorio, y allí a la enorme cama.

Mientras yacía junto a Chris, con la cabeza apoyada en su hombro, se preguntó si podría sobrevivir a aquello, si podría sobrevivir a aquél hombre.

Debería estar exhausta, pero las manos de Chris comenzaron a acariciarle el cabello húmedo, y sintió que el deseo despertaba en ella de nuevo cuando, al inspirar, inhaló el seductor aroma de su cálida piel desnuda.

Una ráfaga de calor, ya familiar, pero no por ello menos irresistible, se extendió por su cuerpo, haciendo que se notara las extremidades pesadas y la boca seca.  

¿Cómo podía estar deseándolo otra vez cuando acababan de hacerlo, y no una, sino dos veces?

Una especie de angustia se entremezcló con el ardor del deseo en su interior.

¿Qué clase de embrujo era aquél y cómo podría escapar de él?

Ahora ya sabía lo que era consumirse en el fuego de aquel hombre. Antes sólo le había preocupado que podría destruirla; no había imaginado que podría llegar a desear con semejante fruición lo que podía acabar con ella con cada caricia y cada beso.

Sabía que su recuerdo la perseguiría donde quiera que fuera durante el resto de sus días. Quizá por eso giró la cabeza hacia él y cubrió su pecho con desesperados besos.

Quizá por eso, cuando Chris le rodeó el cuello con la mano y tomó sus labios, fue como rociar una llama con gasolina. No pudo hacer otra cosa más que rendirse ante el devastador remolino de deseo que la envolvió.

Se frotó contra él ansiosa, incapaz de contenerse, y sin saber cómo se encontró sentada a horcajadas de él.

Un brillo sensual relumbró en los ojos de Chris cuando lo tomó dentro de sí.

Dulce sabía que aquello sería su perdición, pero empezó a moverse y cabalgó sobre él sin pensar en nada.

No le importaba quemarse, no le importaba si acababa reducida a cenizas, justo como se había temido desde un principio.   

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora