Capítulo 31

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Christopher: Espero que no te veas a ti misma como la víctima en toda esta historia – dijo en un tono cortante como el filo de una cuchilla–. Si aceptaste que tu padre pagara tus estudios, no puedes quejarte por haber hecho lo que quisiste. La independencia tiene un precio.

Dul le sostuvo la mirada.

Dulce: Yo no he dicho lo contrario –replicó al cabo de un rato–. No soy la hipócrita que querrías que fuera. Al tomar la decisión de mudarme a Canadá también escogí no recibir ni un céntimo más de él.

Un sentimiento que Uckermann no habría sabido describir afloró en su interior.

Tal vez irritación, tal vez desdén.

Sin embargo, no era así de simple, quizá porque ese sentimiento no iba dirigido contra ella.

Christopher: ¿Lo escogiste, o él renegó de ti? –inquirió.

Dulce: ¿Quién puede juzgar quién renegó de quién? –le espetó en un tono despreocupado que él no creyó en absoluto–. En cualquier caso nunca volví a aceptar ni un céntimo de él –alzó la barbilla, orgullosa–. Tuve que trabajar como camarera para pagarme los estudios, pero no me importó porque era un trabajo honrado. Y puede que no tenga mucho en Vancouver, pero lo poco que tengo es mío y lo he conseguido con mi esfuerzo.

Chris se sintió identificado en sus palabras, pero de inmediato reprimió ese sentimiento sin piedad. No se parecían en nada.

Dijera lo que dijera, Dulce no era más que otra niña rica y mimada que se había independizado en un impulso de rebeldía, sólo por enfrentarse a su padre.

Después de todo, se había dado mucha prisa por regresar a Europa tras su muerte.

¿Esperaba congraciarse con su hermano ahora que era él quien controlaba la fortuna de la familia? ¿Qué sabría ella de lo que era luchar por algo de verdad, como había tenido que hacer él porque no había tenido otra opción?

No tenía ni idea.

Christopher: Qué gesto tan noble, abandonar la cómoda vida que llevabas para hacer lo que querías –se mofó, y tuvo la satisfacción de verla palidecer. Sonrió con malicia–. Estoy seguro de que la gente de los suburbios donde crecí también lo verían así... si no tuvieran que luchar día a día por sobrevivir y salir adelante, por necesidad, porque no tienen nada.

Dulce se sonrojó, pero lo miró a los ojos, como si no le tuviera ningún miedo. Uckermann, sin embargo, sabía que no era así. Y debería temerlo, si supiera cuál era su plan.

Christopher: Claro que todo eso, ahora que estás aquí, ya no cuenta en absoluto, ¿no es así? –inquirió, desafiándola a decir lo contrario–. Ahora eres mi amante, y aspiras a ser merecedora de mi generosidad. ¿Ha perdido su encanto el trabajo honrado, María? ¿O es que de pronto recordaste que no tenías por qué trabajar para tener dinero?

Dulce: Algo así –masculló, bajando la vista.

Christopher observó con un regocijo cruel que le temblaban las manos. Así era como tenía que ser, por mucho que le deseara. Dulce María era sólo un instrumento para su venganza; nada más.

Por Amor & VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora