Capítulo 5

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El viento mecía mi pelo y las hojas de los árboles a mi alrededor. Eran apenas las diez de la noche y por la calle no había ni una sola alma. Bueno sí que había una, la mía, que arropada entre sus propios brazos debido al frío seguía a un grupo de desconocidos intentando no llamar demasiado su atención mientras deseaba poder desaparecer entre las fachadas de los edificios por los que pasaba. 

    Estaba a un par de metros de distancia de las últimas personas del grupo, quienes eran dos chicos: uno moreno y el otro rubio. El moreno lo recordaba de la noche anterior, era uno de los que había estado en el círculo que me había rodeado y metido en todo aquel asunto que no entendía y me abrumaba. Una vez había desaparecido la anticipación de mi cuerpo y me había planteado la huida como única opción viable había descubierto que no era algo tan fácil de hacer, ya que cada pocos metros que caminábamos alguna cabeza del grupo se giraba en mi dirección para confirmar que los seguía. La única cosa positiva que me había aportado aquella vigilancia sobre mí era que había encontrado la cabeza de Víctor entre la marea de cuerpos; había visto que se encontraba entre los primeros junto al jefe.

    Sin embargo, lo que más me asustaba no era estar con ellos, era el no saber dónde me llevaban. No me gustaba la sensación de estar completamente perdida y a merced de otras personas, y justo así era como me sentía en aquel momento. Habíamos salido de la plaza hacía unos quince minutos y todavía seguíamos de camino a quién sabía dónde. Lo único que podía asegurar era que estábamos yendo en dirección contraria a la de mi casa, alejándome de la seguridad para adentrarme de cabeza en las fauces de lo desconocido. 

    Miré detenidamente a mi alrededor; tenía que haber algún detalle, por muy pequeño que fuese, que me hiciera o me ayudará a reconocer el lugar. Había vivido toda la vida en la misma ciudad, si era verdad que en la otra punta de ella, pero igualmente tenía que haber algo que hiciera que mi cabeza se orientase, aunque fuese solo un poco, y me situara dentro de aquellas calles de igual estructura y locales cerrados detrás de gruesas persianas pintadas.

    Mis pensamientos se fueron de golpe cuando una mano se envolvió fuertemente en mi antebrazo y me giró de un tirón brusco y repentino.

    -¿A dónde te crees que vas?- la chica del pelo azul me miraba mientras fruncía el ceño. Yo confundida observé a mi alrededor y vi que la calle en la que me encontraba estaba completamente vacía, solamente estábamos nosotras dos rompiendo la desolación que planeaba sobre aquellos adoquines. Iba a preguntarle a la chica donde estaban los demás, mas antes de que lo hiciera me obligó a caminar unos metros tirada por el agarre que ejercía su pequeña, pero firme, mano sobre mi brazo. Llegamos a una calle bastante amplia con casas abandonadas en ambas aceras y entendí por qué no había nadie del grupo en la avenida por la cual yo me había quedado caminando, pues estaban todos allí reunidos junto a varias motos y coches negros con ventanas polarizadas. -Tienes suerte de que fuera yo la que se ha dado cuenta de que no estabas.- me habló en tono bajo la peliazul cerca de la oreja, tan cerca que logró que un leve escalofrío recorriera mi cuerpo al notar su cálido aliento rozar mi piel.- No llevas ni un día en la banda y ya te has ganado a más de uno que te tiene ganas y no de las buenas.

    -Gracias por la ayuda y por la advertencia, supongo- le susurré de vuelta y antes de que me diera tiempo siquiera a preguntarle su nombre ella ya se había ido en dirección a una de las motos. 

    Me quedé un rato observando todos los movimientos de aquellas personas sin hacer nada.

    ¿A dónde se suponía que tenía que ir yo?

    ¿Qué se suponía que debía hacer?

    Todos se distribuían y nadie reparaba en mí. Se movían y se ordenaban sabiendo todos cuál era su posición y el lugar que debían ocupar. No sabía si debía sentirme mal por ser invisible o si debía sentirme agradecida y aliviada, aunque tampoco pude darle muchas más vueltas porque unas grandes manos se posaron en mi cadera logrando que una sensación de asco e incomodidad se instalase en mi estómago. Di un respingo e intenté alejarme del dueño de ellas, mas lo único que conseguí fue que me apretara contra su cuerpo haciéndome sentir la fuerte y desconocida musculatura apoyada en mi espalda. Inconscientemente busqué a Víctor entre los chicos que se encontraban en la calle, queriendo creer que al ser el que más había hablado conmigo me ayudaría.

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