Capítulo 20

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No quise preguntar alguna estupidez frívola como: "¿esta es tu casa?" o "¿cómo puedes permitirte vivir en este barrio?", pero pese a no plantearlas en busca de respuestas, estas dudas seguían girando y dando vueltas en mi cabeza creando una confusión aún más grande en mi mente.

    Tal vez Víctor sí que vivía con su familia, eso explicaría el porqué de tanto lujo si tal vez provenía de una familia adinerada, aunque seguiría sin explicar por qué Víctor estaba en una banda que acababa de robar información del director de un casino cuando parecía que el dinero ya tenía solucionada su vida.

    Mi cabeza se encontraba aturdida y nublada por demasiados pensamientos; por un lado estaban todas mis dudas comunes a las que ya me había acostumbrado, como las acciones de Víctor o las de la banda, pero esta vez también estaba anonadada con aquella impresionante casa. Tenía un jardín digno de portada de revista del hogar y por un momento me imaginé a un Víctor sudado y sin camiseta pasando el cortacésped.

    Mierda, Alia. Concéntrate.

    Aquella mansión blanca era, pese a estar situada en la parte superior de un barrio de muy alto nivel, la casa más majestuosa y cargada de lujo de la calle. Casi sentía que no era digna de entrar a aquel lugar, pese a seguir con las joyas y el vestido caro que había utilizado durante la misión en el casino.

    Mientras me embobaba mirando las flores que adornaban y acompañaban el camino que guiaba a través del jardín hacia la puerta principal de la casa Víctor avanzó sus pasos adelantando a los míos, y al verlo con la espalda recta y firme moviéndose con orgullo bajo su chaqueta entallada de traje y con aquella impresionante construcción blanca levantada frente a él, pude finalmente darme cuenta de que Víctor sí que pertenencia a aquella mansión, que Víctor tenía la seguridad y el porte de alguien que está acostumbrado a manejar dinero y poder. Guiada por el movimiento hipnotizante de la tela sobre los músculos de la espalda de Víctor y por el sonido bajo de los grillos entre las plantas del jardín en menos de lo que había esperado habíamos atravesado la inmensidad de terreno. Subí los pocos escalones del porche girada de espaldas no queriendo cortar todavía la visión de aquella vegetación idílica y aquel aroma natural a flores que se respiraba por todo el ambiente.

    Había imaginado a Víctor viviendo en un piso pequeño, algo descuidado y tal vez compartido con algunas personas más, y en cambio lo que había encontrado era que Víctor era dueño de una de las casas más grandes de aquel vecindario y probablemente incluso de toda la ciudad. Aquel olor y aquella visión floral solo hacía que mi corazón latiera con fuerza mientras mis ojos se cerraban dándole al olfato plenitud en su sentido y dejando a este inundar mi alma con su ambición a base de respiraciones largas y profundas.

    -Jodida distraída- escuché que se quejaba Víctor a mis espaldas aún mientras mis ojos seguían cerrados disfrutando de la calma que se respiraba. Estos se abrieron de golpe una vez que sentí como unas fuertes manos me tomaron por la cintura y me introdujeron en aquella gran joya blanca a base de empujones leves y bajo el guiado de su cuerpo contra mi espalda cortando la visión del jardín.

    -¿Puedes dejar de ser tan brus...- no pude evitar sentir como mis palabras se quedaban atascadas en mi garganta una vez mis ojos captaron todo el espacio que me envolvía. A penas había fijado mis ojos en los detalles del lugar y ya me sentía extasiada y embalsada por este-... co....?- susurré dejando mis ojos clavados en aquella majestuosa lámpara de araña con hilos de color negro que colgaba sobre nuestros dos cuerpos. Había una escalera amplia de mármol en forma de caracol que llevaba hasta el piso superior, estaba casi segura que al subir si estirabas tu brazo podrías tocar aquellos pequeños hilos negros que simulaban la seda de una telaraña de la lámpara y que se extendían por una gran superficie emulando gotas congeladas como las ramas de un sauce llorón. Las paredes eran blancas, pero se veían tan puras y pulcras que le daban lujo al lugar. Había muchos cuadros y espejos decorando las paredes del amplio recibidor, y todo se veía tan impecable que te impedía hacer cualquier movimiento capaz de fastidiar la armonía que se respiraba en el lugar.

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