Capítulo 16

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Habían sido los once días más felices y libres de preocupaciones y problemas que había vivido en mucho tiempo.

    Por la mañana me desperté al primer llamado de mi madre, cuando la luna aún estaba postrada en el lado occidental del cielo y mientras la luz amarillenta de las farolas alumbraba los adoquines del suelo y los solitarios y vacíos jardines nocturnos de las casas. Eran las cinco de la mañana y pese a haberme acostado pasada la una de la madrugada me había despertado más fresca y viva que cuando dormía ocho o más horas de un tirón.

    Mi madre nos dio un margen de veinte minutos para una rápida ducha mañanera y acabar de retocar los últimos preparativos en la maleta, como meter la cámara recién cargada o el neceser de necesidades e higiene personal, antes de tener que salir en dirección hacia el aeropuerto.

    Salí de la habitación arrastrando la maleta por el pasillo antes de colgármela con un movimiento pendular sobre el hombro. Al llegar al salón solamente estaba mi madre en la sala acompañada de una amplia maleta morada. Una vez que mi hermano llegó con respiración agitada cargando su maleta de color verde con suficiencia y destreza, mamá nos pidió a ambos el teléfono móvil y se lo dimos al momento sabiendo que hasta dentro de once días no lo volveríamos a ver. Aunque tampoco lo íbamos a echar de menos.

    Otra peculiar tradición familiar era que cuando se viajaba el móvil se quedaba en casa, evitando así distracciones con mensajes o aplicaciones cuando estás en un paisaje único al que seguramente no volverás a ir ni a disfrutar en las mismas circunstancias. El único teléfono que iba a viajar con nosotros era el de mi madre, que lo llevábamos únicamente por si realmente hacía falta por alguna emergencia.

    El taxi, el cual había sido programado con antelación el día anterior por mamá, se presentó puntual a las cinco y media y después de un trayecto de casi media hora llegamos a la Terminal 2 de Barcelona, desde la cual despegaba nuestro avión. Allí tuvimos que esperar una hora más hasta que finalmente, después de controles y ansias, a las 7:20 nuestro avión salió con destino a la gran isla británica haciéndonos olvidar todo lo que dejábamos atrás en la península.

    El trayecto del viaje duró poco más de una hora y media, porque a las 8:35 ya estábamos con los pies en suelo inglés y con los sueños todavía en las nubes. No aterrizamos en Londres capital, sino que nuestro avión fue a aterrizar a Gatwick Airport, el que atravesamos con miradas embelesadas y emocionadas a pesar de ser simplemente un aeropuerto comercial con paredes relucientes y blancas como todos los demás.

    Ya con las tres maletas coloridas a nuestro alcance, la de mamá morada, la de mi hermano verde y la mía roja, cogimos un autobús abarrotado con muchas más familias y solitarios viajeros en dirección a Cambridge. En el viaje mi madre se durmió sobre el hombro del anciano pelirrojo sentado junto a ella, que le echaba alguna que otra mirada de extrañeza y confusión, y mi hermano se durmió sobre el mío dejando uno de sus brazos sobre mis piernas medio abrazándome. Una señora un poco más mayor que mi madre y una niña de apenas unos seis años nos echaban miradas ñoñas y dulces dando a entender que creían que mi hermano y yo éramos pareja. Fingí una arcada en su dirección y les vocalicé en silencio "He's my brother", dejándoles claro que el incesto no era nuestro estilo de vida y logrando que ambas se rieran de manera nerviosa y avergonzada.

    El viaje duró una hora y media, tiempo suficiente para que mi hermano balbuceará en sueños que quería una cabra enana y le diera por dormir con la boca abierta, dejando mi hombro levemente húmedo y mi cara pintada con una gran mueca de asco; el moreno se salvó de ser despertado de un empujón porque había estado todo el trayecto tan ensimismada con el verde y frondoso paisaje que rodeaba ambos lados de la carretera que apenas me había dado cuenta de ello hasta que el autocar paró su movimiento ya en la ciudad de Cambridge.

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