Capítulo 8

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Unos golpes suaves en la puerta de mi habitación me despertaron de golpe. No recordaba nada de lo que había soñado, solo un gran y profundo vacío de color verde inundándolo todo.

    Un estremecimiento recorrió mi cuerpo al salir del calor de las mantas. El borde de la camiseta rozaba mis muslos mientras a paso lento me dirigía hacia la puerta. Antes de llegar me eché un leve vistazo en el gran espejo que reposaba en la pared junto al armario; no me sorprendió ver mis ojos entrecerrados y mi pelo revuelto como un nido. No me sorprendió demasiado porque solía tener mañanas peores en las cuales mi cara estaba llena de maquillaje corrido. 

    Al otro lado de la puerta se encontraba mi madre mirándome con una sonrisa tan amplia que deslumbraba.

    -¿A qué se debe tanta felicidad, mamá?- interrogué con sospecha mientras me hacía un rápido y desordenado moño.

    -Nada, que hoy me he levantado de buen humor, reina. Me voy a trabajar, quédate despierta que ya sabes que no me gusta dejarte dormida y sola- mentira, mi madre me había dejado dormida miles de veces y ella sabía que no pasaba nada si lo hacía. Entrecerré mis ojos ante esa pequeña mentira, mas al ver su mirada brillante y llena de emoción decidí que lo mejor era dejarlo ir.

    En otro momento la curiosidad por la cual me mentía me habría interesado y arrastrado a hacerle innumerables preguntas hasta llegar a la verdad, pero ahora estaba demasiado cansada. La noche anterior me había acabado durmiendo muy avanzada la noche debido a que mi cabeza había estado metida entre muchos pensamientos, el principal de ellos era que tal vez me arrepentía de haber hecho aquella apuesta con Víctor. Era un secreto a voces que Víctor me atraía y mucho, muchísimo mejor dicho, y con esa apuesta solo iba a mostrarme como una chica que se enrollaba con todo lo que se movía y le pasaba por delante.

    Tal vez que la gente me viese de esa forma siempre me había dado igual, pero con Víctor, por primera vez, no quería quedar de esa manera.

    Si era verdad que yo, Alia Holland, en las fiestas me dejaba llevar por todo, todas y todos sin importar los límites, ni las normas, ni mi dignidad, ni las personas que me rodeaban y observaban. Y eso me había causado algún que otro problema. Como cuando hacía un par de meses, en una de las tantas fiestas que habían llenado mis noches, un novio infiel había decidido tontear conmigo, cabe resaltar que yo no sabía que tenía pareja, y cuando llegó la novia me partió el labio de un tortazo mientras me llamaba "zorra". Yo le dejé un ojo morado como respuesta antes de irme de esa fiesta y encaminarme hacia casa.

    Cada vez que las fiestas se me iban de las manos acababa yendo en un agradable y refrescante paseo de vuelta a mi casa, aunque la fiesta estuviera a media hora de mi casa y fuesen las cuatro de la mañana. Era en esos momentos en los que prefería disfrutar de la noche solitaria y dado que había hecho defensa personal casi dos años en el mismo gimnasio en el que hacía boxeo, prefería tener que aplicar todas las técnicas que me había enseñado mi entrenador personal a tener que ir en el coche de algún borracho. Un gran remordimiento me recorrió entera al recordar que después de la muerte de mi padre no volví a ir, ni siquiera me despedí de Rubén, mi monitor personal. Decidí que volvería a ir pronto aunque fuese simplemente para disculparme por la manera de huir de todo lo que me había llenado después del accidente.

    Después de que mi madre, aún con una gran sonrisa, se fuera volví a entrar en mi habitación y dejé la puerta entre abierta.

    Me saqué el pijama y me dirigí hacia el armario que se encontraba frente al gran ventanal, abrí las puertas del mueble de madera que guardaba gran parte de mis pertenencias y luego deslicé el primer cajón de los tres que había dentro del armario; en el primer cajón se encontraba toda mi ropa interior; en el segundo los pijamas y las camisetas que usaba para dormir; y en el tercero había recuerdos, como eran: cartas, peluches, fotografías o incluso agendas escolares que había utilizado hacía años. Saqué un sujetador de color verde menta y me lo puse. El verde, sobre todo el de tonalidades claras, era mi color preferido junto al negro.

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