Capítulo 31

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En algún momento las estrellas se habían alineado y habían causado que el tiempo pasara tan rápido como si hubiese sido absorbido por un agujero de gusano hasta transportarme al futuro.

    Había pasado de ver el comienzo de las vacaciones con confianza de que las fiestas tardarían en llegar y una vez cuando estas ya habían pasado había seguido sin asumir que en apenas unos días la rutina, la monotonía y el aburrimiento que venía ligado con las clases continuaría de nuevo para no tener su final hasta una vez llegado el verano. Había alcanzado un momento que me había parecido lejano hacía unas semanas, pero ahora mientras mi alarma sonaba con una melodía aguda y chirriante a las siete de la mañana, tenía más que claro que por mucho que quieras que algo no llegue todo acaba por ser afrontado.

    No es que odiase mi instituto, porque realmente no era así, pero tampoco me encantaba o me complacía la idea de levantarme cada día a las siete de la mañana para ir a una cárcel de cemento centenaria y de estilo renacentista en la que estudiaba cosas que no me gustaban ni apasionaban. Quería leer en mi casa, ver series, ir al parque, salir, pasear, hacer fotografías; ser libre sin perder mi tiempo, el cual una vez se va ya no recuperas, estudiando cosas banales y que no me serían de utilidad en el futuro.

    A veces envidiaba a mis amigas. Gabbie, por ejemplo, sabía que quería ser médica, Mel quería ser empresaria y literalmente decía: "no tengo problemas, mi madre me enchufará en su empresa..." Ella vivía de manera fácil y sin complicaciones, a diferencia de Zoe, que era la única que tenía impuesta de manera obligatoria un futuro; su madre y su padre querían que ella fuese una reputada abogada, pero ella, aunque jamás lo admitiese en voz alta, amaba la cocina.

    Yo en cambio no sabía nada, no sabía qué quería. Tenía tantas aspiraciones y ambiciones en la cabeza que no sabía si alguna de ellas iba a dar un fruto real. Muchas veces pensaba que de tanto soñar y vivir de ilusiones me iba a acabar por anclar en la realidad de no tener nada.

    Tenía muchas ganas de hacer cosas, de trabajar en muchos oficios y de ganarme la vida haciendo realidad mis objetivos en la vida, pero tampoco tenía claro cuáles eran estos. Así que me había metido en un bucle, en un bucle de estudios que no me satisfacía. En un bucle en el que debía levantarme y perder horas y horas estudiando asignaturas que no me gustaban y en las que tampoco daba todo de mí; consiguiendo estar metida en una vorágine infinita en la cual se mezclaban la insatisfacción y la frustración. Sentía que en aquella cárcel didáctica se me pasaban las horas, los días, las semanas y los meses sin ninguna prosperidad en ningún aspecto, ni en el ámbito estudiantil ni en el personal.

    Aunque, por otro lado, tampoco todo era negro en aquel lugar. Mis compañeros y compañeras me caían bastante bien, los profesores tampoco eran unas sanguijuelas desalmadas, en su mayoría, y además constaba con una gran ventaja que hacía que pese a toda la negatividad cada mañana me levantase como un resorte de la cama.

    Mi instituto estaba orientado hacia los estudios postobligatorios, como son el bachillerato y la universidad. Yo estaba cursando el último curso de bachillerato humanístico junto a Zoe, mientras Gabbie estudiaba en el bachillerato científico y Mel estaba metida en el social; cada una en una clase, pero en el mismo pasillo de aulas. Mas en el edificio de enfrente y en las otras dos plantas del nuestro, que constaba de cuatro plantas, era donde sucedía la magia; se concentraba un conjunto inmerso de universitarios y universitarias que alegraban la vista en plena mañana y durante los descansos.

    Me levanté con una sonrisa porque a pesar de todo tenía ganas de volver a clase. Quería ver a mis amigas y reír junto a ellas en el patio y entre las clases, porque aún estando separadas en las aulas eso no era un problema para que encontrásemos cualquier escusa e instante para vernos.

El juego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora