Capítulo 32

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El césped del patio se mecía bajo las sacudidas del viento invernal que me calaba los huesos en aquella mañana de enero. Ya no hacía el frío que semanas atrás me había hecho sacar vaho por la boca, pero las transeúntes de la calle aún sufríamos ante las gélidas temperaturas. Para contrarrestar el frío el sol chocaba contra la piel desnuda de mi cuerpo, como la de mi cara o la de mis manos, y calentaba los tejidos que cubrían mi piel otorgándome un calor que me abrigaba sin llegar a ser sofocante.

    En cuanto Víctor había llegado al comedor y yo había salido de él, me había dirigido a mi pequeño lugar privado en el patio de mi colegio.

    Mi instituto formaba parte de otros tres edificios dentro de un recinto dedicado a los estudios postobligatorios y universitarios y todos los edificios se conectaban entre ellos mediante jardines y grandes paseos con bancos y frondosos árboles bordeándolos. Detrás de mi edificio había unos tablones de madera apilados y escondidos entre varios árboles desde los cuales podías observar una extensión verde frente a ti y una valla metálica que bordeaba todo el instituto, lo que le daba una apariencia de cárcel e internado en un mismo sentido de encerramiento. 

    Había descubierto aquel lugar un año atrás, a principios del primer curso, cuando queriendo atajar el camino hasta mi edificio había quedado perdida entre los repetitivos árboles y los entrecruzados caminos asfaltados.

    >>Una pequeña nube de humo grisáceo había llamado mi atención, y en acercarme había podido ver como a las ocho de la mañana un chico fumaba de un canuto, sospechosamente oliendo parecido a un porro de marihuana, mientras miraba ensimismado las nubes gruesas y blancas que en septiembre recorrían el cielo lentas y con parsimonia arrastrando todavía con su movimiento los rastros del calor acumulado durante los meses de verano. Habíamos permanecido unos segundos inmóviles en los que él pegaba caladas a su pitillo y yo observaba como el humo se metía en su cuerpo y segundos después salía por su boca exhalado en forma de una nube blanca y espesa.

    >>"¿Quieres un calo?", me preguntó y yo, perdida y consciente de que en la segunda semana de clases ya empezaba a faltar, me senté junto a aquel desconocido mientras le observaba ensimismada darle un par de bocanadas a aquel papel que envolvía su preciado tesoro verde. Pocos minutos duramos en silencio, un silencio roto por las lejanas voces de los alumnos y por sus respiraciones profundas al coger el humo con fuerza en sus pulmones y al soltarlo con suaves suspiros. El canuto acabó tirado en el suelo, aplastado bajo la suela de goma de la deportiva de aquel chico. Permaneció de pie mientras me observaba sentada en aquellos tablones en los que segundos antes él también había estado sentado.

    >>"Me acaban de expulsar por llevar marihuana a una institución estudiantil" me explicó mientras yo miraba a aquel desconocido sin saber que decir "quería despedirme de este lugar como bien lo merecía la ocasión, con un buen porro como adiós". Asentí en su dirección, dándole a entender que lo escuchaba y comprendía sus acciones, sin juzgarlo o tacharlo como acaban de hacer. "No dejes que estas paredes de ladrillo te engañen, hay mucha mierda que se esconde entre estos muros camuflados bajo sonrisas y falsas amistades. Se te ve a la legua que eres nueva en este instituto, yo llevo aquí tres años y te puedo asegurar que en ningún lugar dentro de este recinto me he sentido más seguro y tranquilo como en estas maderas. Yo me voy ya, espero que tú puedas disfrutarlo por mí" había deseado el desconocido antes de partir y perderse entre los paseos del recinto.

    No supe ni su nombre ni él el mío, pero el desconocido me había otorgado un lugar en el que reponerme de las agotadoras clases y descansar de los sonidos ensordecedores que recorrían los pasillos de aquel instituto. Como en aquel momento en el que una vez más, a pesar de estar en el mismo entorno que envolvía los edificios y sus respectivos pasillos, el aire entre aquellos árboles parecía más puro.

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