Eran las diez menos cinco de la noche y no sabía cuánto tiempo llevaba esperando en el porche de mi casa paseándome inquieta de un lado a otro.
Estaba ansiosa, llena de decisión y anticipación. Después de las horas que habían pasado desde el encuentro con Azul el pequeño valor acelerado que se había instaurado en mí en aquellos momentos ahora se sentía desbordado y abrumador rasgando en mi interior.
Algo dentro de mí latía con fuerzas advirtiéndome de todo lo que en aquella noche iba a suceder, de toda la adrenalina que iba a experimentar sintiéndola ya erizando mi piel bajo la chaqueta de cuero que me había acompañado en el principio de todo y que de nuevo me abrigaba al amparo de lo desconocido. Algo dentro de mí sabía que yo misma iba a salir adelante con aquello y a descubrir quién era la persona que controlaba toda aquella mafia y por qué razón me había querido involucrar a mí en todo eso.
El frío de enero me calaba los huesos mientras me enredaba con brío en la tela negra que envolvía mi cuerpo. Pese a las capas de ropa nada calmaba el frío que sentía, igual que el tiempo tampoco había apaciguado mis nervios o mi anhelo necesitado por ir directa hacia la aventura.
En los últimos días, me había sentido decaída, rendida y devastada. Me había empeñado en llorar en silencio entre las sombras por mis desgracias, mas ya no estaba dispuesta a seguir en el mismo bucle de autocompasión y desprecio. Mi vida había dado un vuelco completamente drástico; podía seguir llorando por mis desdichas o aprovechar todas las alternativas que se presentaban frente a mí para distraerme de mi anodina y repetitiva vida. Tal vez estar metida hasta el cuello en una mafia no era la mejor opción para despejar la cabeza, pero a veces tú no tienes la libertad para elegir la manera en la que puedes ser capaz de huir de los problemas arraigados con fuerza en tu interior. Pues dudaba de que la razón por la que me habían seguido fuese peor que el persistente recuerdo de mi padre muerto y del vacío que asolaba mi alma después de las desgracias acontecidas junto a Dana. Al fin y al cabo, en mi pasado no tenía nada que destacase como para ser buscada o envidiada. Me había criado de una manera normal junto a mi pequeña familia, ya que no teníamos familiares más allá de nuestro núcleo; padre y madre sin hermanos ni hermanas y abuelas y abuelos fallecidos antes de nuestro nacimiento. Había estudiado, hecho extraescolares y salido con mis amigas y amigos sin nada fuera de lo común. Era una chica normal y corriente que había pasado por una época tormentosa y oscura que nada tenía que ver con aquella misteriosa mafia.
El sonido brusco de un motor captó mi atención a pesar de que el rugido era distante y lejano en las calles. Llevaba ahí parada y quieta largos minutos y no había pasado ningún otro coche; eran las 21:59 y estaba más que claro que venían a buscarme.
Me giré a mirar la puerta cerrada de mi casa e imaginé el interior de esta completamente a oscuras e iluminado únicamente por la leve luz anaranjada de las farolas del exterior. Mi hogar apagado con la presencia de Zoe sobre mi cama escuchando con atención los ruidos de la calle y esperando en la oscuridad no ser advertida, dejando pasar los minutos rodeada de completo negror hasta ser libre para poder dejar un simple halo de luz hacerle compañía en la soledad de la casa.
Me sabía mal dejarla sola, pero más allá de la advertencia de Azul, yo también sabía que este era un mundo en el que Zoe no debía inmiscuirse más de lo que yo ya la había metido de manera forzosa y descuidada. Ni yo misma sabía donde estaba metida hasta el fondo, no podía arrastrarla a ella también a lo desconocido. La banda era un asunto mío y, por esa razón, solo yo debía asumir las consecuencias de haberme unido en ella.
Un coche negro polarizado se paró justo frente a la cerca de mi casa y por un momento imaginé la cabellera rizada de Víctor asomar por la abertura de la puerta y saludarme con una cálida sonrisa marcada en sus labios gruesos y rosados; mas no fue así. La puerta se abrió y salió un chico sonriente, sin embargo no era Víctor. Apoyó su mano sobre la verja y la empujó hacia dentro mientras el ruido de la grava pisada acompañaba el camino de sus pies hasta llegar y pararse frente a mí.

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El juego.
Novela JuvenilEl lugar equivocado en una fría y solitaria noche de invierno. Una chica perdida entre las desoladas calles. Una banda. Unos hipnóticos ojos verdes. "-...pese a que tú no lo creas estoy seguro de que este mundo del que huyes te pertenece mucho más d...